escena robada de un sueño...o algo así


La risa murió en un parpadear de ojo.

– No entiendo por qué estás aquí.– Me dices mientras mueves tus manos sobre tu rodilla como rascando un pensamiento. –No soy el hombre que debería de estar contigo.

– Pero eso ya lo sabía– te respondo con mi ya sabida entonación de sarcasmo.

Haces el esfuerzo por desdibujarte la sonrisa.

– Lo digo en serio.

Respiro en resignación, consciente del rumbo al que conduces este momento.

– Sólo te voy a decepcionar, soy demasiado inestable. No tengo raíces...

Te escucho hundirte en tus propias palabras. Me acerco y te arropo con mis piernas.

–Pues las mías no están en la tierra.– te suspiro al oído. – Soy mangle. El agua corre y se cuela por mis pies.

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qué largo me lo fiáis...


Al fin llegó el tan temido día. Ya sabías que iba a ocurrir en algún punto, después de convivir con tanta droga y alcohol era inevitable. Llegaste a aceptar tu destino cruel pero no esperabas que te tocaría enfrentarlo tan pronto.
Ella te mira paciente con los ojos llenos de expectativas inconclusas. Repites la misma mentira que siempre se enuncian ante circunstancias extremas como esta, que esto nunca te había pasado, que es que estás cansado por el trabajo. Ella sonríe y decide ayudarte. Sus labios arropan lo que queda de tu hombría pero nada parece resucitar tu piel.
Finalmente ambos aceptan la derrota. Le dices que se quede, que dentro de un rato quizás todo funcione bien, como si pudieras reiniciar el equipo con apretar un botón.
Ni te mira. Se viste rápido y se va frustrada, probablemente a buscar a otro que pueda complacerla.
Te quedas en tu cama acariciando la certidumbre de que ya tu juventud se te coló entre los dedos. Ahora tendrás que hacer filas en la farmacia junto a octogenarios para comprar tus pastillitas azules que te ayuden a por lo menos aparentar que funcionas como hombre.
Enciendes un cigarrillo resignado. De nuevo borras de tu mente todas las advertencias que te habían pronunciado y logras convencerte de que la próxima vez será distinto, que todo volverá a funcionar bien.
Te fumas todas esas mentiras y exhalas toda preocupación.
Aunque no lo quieres aceptar, ya te llegó la hora y qué bueno que no fue conmigo.

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hasta que dure el fuego




La paciencia es una virtud que no me caracteriza. Creí que lo habías entendido pero ahora me hago testigo de tu incesante divagación por estos terrenos insulsos, que si el tiempo ha estado extraño, ayer llovió todo el día, tuviste que poner toallas en las ventanas, sí, yo también llevé mi paraguas. En parte me maravilla tu capacidad de examinar el tema sin cansarte. No acabas de entender que mientras tú estás todavía en esta barra ruidosa, tomando tu inocua cerveza, yo estoy desnuda en tu cama esperándote.

Lamentablemente todo tiene su fecha de expiración.

– ¿De veras te interesa tanto la lluvia? ­– te interrumpo sin mucho tacto que digamos, otra virtud que desconozco.

Me miras perplejo y te reacomodas en tu asiento.

– A estas alturas, después de tanto ¿nos reducimos a conversar sobre el clima? – insisto.

– Bueno, ¿de qué quieres hablar?

– No sé. Dime algo de ti, algo real.

– ¿Qué?

– Sorpréndeme. – te digo mirándote de reojo mientras cruzo mis piernas.

El silencio persiste. Saco un cigarro de la cajetilla y lo apunto hacia ti.

– Te doy la duración de este cigarrillo.

– ¿Cómo?

– Tienes hasta que se consuma para decirme algo que me haga querer quedarme.

– ¿Y luego?

Después...me voy.

Enciendo el cigarrillo y te dedico una sonrisa pícara.

– Dále, convénceme.

Giras la botella que tienes al frente, como si el cristal te fuese a susurrar alguna idea. El cenicero se va poblando de gris mientras tú te distraes con las risas de la mesa del lado.

Finalmente te decides y empiezas a hablarme. Me haces anécdotas del trabajo, recuentas chistes entre amigos, mencionas las películas que me recomiendas, por lo menos evadiste describirme el frío que hizo el fin de semana pasado.

De repente te encuentras con mis ojos. Te detienes. Se te agotan las palabras y tu rostro comienza a delinearse, como saliendo de la neblina. Al fin te encuentro. El bullicio del local parece suspenderse por un segundo. Exhalo el humo y me doy cuenta que el instante se hace cenizas entre mis dedos.

– Se acabó el tiempo – te digo mientras ahogo el fuego en el pequeño receptáculo.

Me levanto de la silla, cansada de prolongar la espera. Te quedas sentado, debatiendo en tu cabeza qué hacer.

– ¿Vienes o qué? – digo impaciente y te sonrío antes de voltearme.

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tres variaciones de un mismo tema


I. Siempre vuelves

Te paras frente a la puerta y anuncias tu inminente partida. No sé qué reacción esperas de mí. Te he visto morir tantas veces que ya no me puede afectar tu ausencia. Colocas el pie fuera del umbral y me miras. Yo sigo bebiendo mi copa de vino.
Me repites que te vas pero tú siempre vuelves. Hace un año te encontré desangrado en mi bañera. Esa vez pensé que tu muerte era definitiva. Te enterré y jamás sabrás cuánto lloré por ti. Pero regresaste en noviembre. Abrí la puerta y me encontré con tu rostro desfigurado. Sentí náuseas. No quería dejarte entrar. Ya me había acostumbrado a estar sin ti. Estaba tan molesta contigo. Tú te acercaste y con un beso burlaste mis defensas. No tuve más remedio que acogerte en mi cuerpo.
Desde ese momento supe que siempre regresarías. Eres incurable, como el catarro. No existen antibióticos que me salven de ti, si ni siquiera la muerte te aleja.
Alguna vez escuché a alguien decir que los monstruos siempre regresan. ¿Cuántas secuelas quedan para esta historia?
Tomo otro sorbo de vino. Cierras la puerta y escucho tus pasos alejándose de mi casa. Tengo que aprovechar el alivio que me provee esta distancia que comienza a forjarse entre nosotros. Saboreo nuestra soledad mientras nos dure.
Volverás. Ya sé que volverás. Nunca me libraré de ti.

II. Te quiero verde

"tu palabra es eterna
en ella esperaré..."


Escucho las palabras vacías que se pronuncian en tu honor pero que no logran captarte. No te quiero recordar así, tan frío, tan serio, tan inmaculado. Te recordaré por siempre sentado de lado con las piernas cruzadas, escuchando con intensidad, haciendo reír a tus vecinos. Este mundo de puritanos y de absurdos absolutistas no te pertenece. Nos obligan a este falso recuerdo. Te han arropado de azul, pero yo te quiero verde. Siempre verde.
Por allá persisten en esos monólogos eternos para almas desamparadas. Yo, en cambio, sueño con otro cielo para ti. Un espacio donde puedas gozar por siempre la comunión orgásmica de la palabra. Te eternizarás en tus versos y este hombre que ahora intenta hablarnos de ti jamás alcanzará leerte.


III. No puedo seguirte

Tu cuerpo es frío al tacto. Yaces inmóvil en mi cama. Me miras y me parpadeas una sonrisa. Una enredadera se cuela desde la ventana y se expande hasta llegar a ti. Observo con horror cómo va amarrando tu cuerpo, poco a poco cubriéndote todo. Tú no dices nada. Aceptas silencioso el verde que te engloba. Comienzas a derretirte en el colchón. Me desespero al ver que te llevan. Me dices algo pero no entiendo. Voy tras de ti pero estás cada vez más lejos. Desciendes fuera de mi visión. Sumerjo mi mano a ver si logro sentirte dentro de mi cama pero no te encuentro.
No puedo seguirte.
Ya no se escucha tu voz.

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monocroma


"She was well into pink when she died."
-Toni Morrison, Beloved.

El elefante de Wittgenstein ya ni me mira. Me mece resignado sobre su trompa mientras respiramos el mismo aire pesado. El tiempo parece reducirse al compás del lento tongoneo que me somete. No escucho nada fuera de mí. Lo único que existe es esta piel seca y áspera que me engloba.
Nos hemos acostumbrado a la condena del otro. Nos hemos acostumbrado al silencio. La inercia se instaló en nuestros cuerpos y todo se neutraliza ante mis ojos. Apoyo mi espalda sobre su continente sin mirarlo. Me enciendo otro cigarrillo y nos envenenamos poco a poco con este humo rosa que se expande sobre nosotros.

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el elefante de wittgenstein


Este cuento lo leí hace poco en una actividad y lo comparto ahora porque como que últimamente ando odiando a los putos elefantes rosas...ajá, estoy loca...y no me importa.
Ah, y lo firmo con mi nombre porque hoy me nace, mañana quizás me arrepiento, me abochorno y lo saco de ahí. (Lo de "no apta" funciona también como un disclaimer, así que no me hago responsable.)


El elefante de Wittgenstein

El elefante de Wittgenstein me mira de nuevo. Su cuerpo insufriblemente rosa se va acercando. Con cada paso hace retumbar sus nalgas omnipresentes y se menea glorioso para desafiar el espacio vacío. Llega hasta mí y aplasta sus caderas desmesuradas para acomodarse en el asiento que queda justo a mi lado.
Desenrosca su trompa y me enciende un cigarrillo. Me observa inhalar el tabaco mientras comienza a embarrar sus carcajadas de un cinismo insoportable.
–Sabes que ese humo está lleno de cianuro. – me comenta y expande sus orejas como coqueteando el aire.
Siempre se empeña en dañarme estos pequeños momentos de paz. Ya me tiene harta. La primera vez que irrumpió en mi campo de visión fue hace seis meses. Yo estaba completamente sumergida en un mar de textos, estudiando para el examen de filosofía del día siguiente. Doblé la esquina del papel con un movimiento sutil del dedo y justo antes de pasar la página sentí que alguien me observaba. Alcé la cabeza y ahí estaba aquella figura grotesca parada en la esquina de mi habitación. Si yo hubiese sido otro tipo de persona quizás hubiese gritado, pero me limité a devolverle la mirada.
– Tengo mucho que estudiar, no tengo tiempo para esto. – le comenté al rato con indiferencia.
El elefante alzó sus patas delanteras y comenzó a moverse en un gesto antropomórfico alarmante. Rodé mis ojos ante la nauseante visión e intenté retomar el párrafo que había abandonado. Me empeñé en ignorarlo pero después de unos segundos me sacudió del asiento con su trompa y caí de culo con las piernas al aire.
– ¡Oye! ¡No hay necesidad de ponerse malcriado! – le reclamé mientras intentaba recuperar mi verticalidad. – Total, – seguí – tú eres el que está invadiendo mi cuarto.
Sus ojos enfocaron sobre mí en total indignación.
– Al contrario. Eres tú quien me puso aquí. ¿O crees que yo no preferiría estar en otro sitio?
Mientras me hablaba no pude evitar fijarme en las arrugas obscenas que se formaban alrededor de su cuello cada vez que movía la boca.
– No. Tu presencia aquí no puede ser mi culpa. Yo jamás te hubiese soñado.
Aquel animal cruzó sus patas encima de su barriga interminable.
– Si me ves es por algo. – replicó con los cachetes tornándose un tono más rojizo que el resto de su piel porosa y sucia. Luego procedió a soltar una sucesión de trompetazos que no me dejaron estudiar y que se extendieron por la noche para impedirme dormir.
Al otro día tuve que presentarme al examen con ojeras y la mente aturdida. No pude ofrecer ninguna excusa válida para mi aspecto o mi falta de preparación. El profesor me hubiera dicho que sólo un Wittgenstein tenía el derecho de mencionar un elefante rosa en el salón de clases. Y tendría razón. En el caso suyo la alusión a ese animal se debe a su genialidad de filósofo. En el mío, es sólo un paso más en mi inevitable descenso hacia la locura.
He tenido que disimular su presencia. Claro, ignorarlo no es ninguna tarea fácil, especialmente cuando se empeña en hacer un espectáculo para distraerme o hacerme reír en el momento menos apropiado. Está siempre allí. No hay forma de evitarlo. Su alimento es mi humillación. Su oxígeno, mi desequilibrio. Se dedica a torturarme. Cada vez que tengo que entregar un trabajo busca formas insospechadas de dañarme la computadora justo cuando ya no queda suficiente tiempo para remediar la situación. Me pierde el teléfono para asegurarse de que en una emergencia no tenga a quién acudir. Coloca su abundante cuerpo sobre el baúl de mi carro para hacerme llegar tarde siempre. Espera pacientemente que yo termine de limpiar mi casa para cagar por todo el piso. Hasta cuando me ducho está allí, mirándome a través de las gotas de agua y ocasionalmente escondiéndome el jabón para verme enloquecer y de vez en cuando resbalarme sobre el piso mojado.
No me deja en paz ni un segundo. Me he acostumbrado a sentirlo como una sombra rosa que siempre me está rondando. Lo peor es que creo que ha llegado al punto que ya no soy la única que lo ve. He notado las miradas de algunas personas y por sus rostros sé que están contemplando ese adefesio corpulento que siempre me acompaña. Así como me miran ustedes en este preciso momento que observan silentes mientras me enciende un cigarrillo y me suspira veneno al oído.
– Sí. Tiene cianuro. – finalmente le contesto.
El fuego parpadea al final de mi nariz. Acerco mis labios a su rostro y lo envuelvo con esta masa gris que expiro para tratar de librarme de él aunque sea por unos segundos.
- María de Lourdes Javier

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al séptimo día


corto escrito con prisa antes de salir...quizás eventualmente se convierta en cuento...

Al séptimo día

–Al séptimo día Dios se arrepintió.– dijo Rogelio furioso. – Estoy seguro. Eso de que descansó es una forma bonita de decir que se fue a emborrachar después de ver lo que creó.
Carmen rodó los ojos mientras continuaba adobando la carne. Después de tantos años viviendo con él, se había acostumbrado a hacer caso omiso de sus discursos.
– Es como Frankestein…
Carmen se detuvo al escuchar lo que pronunció su esposo. Sintió la tentación de comentarle algo pero sabía que era inútil. Era cuestión de segundos antes de que continuara desarrollando su analogía. Siempre era así.
– Sí, Carmen, Frankestein. Si lo piensas el doctor no era más que un artista frustrado. Tenía una gran visión, una gran espectativa pero al ver su criatura sintió asco. Se arrepintió de haber creado ese monstruo.
La hornilla comenzó a calentarse. Carmen fue echando los trozos poco a poco en el sartén. Con una voz dulcemente escéptica se dirigió hacia Rogelio:
–Entonces, según tú, nosotros le damos asco a Dios.
El hombre soltó una carcajada mientras tomó el periódico de la mano. Lo llevó hasta la cocina y lo dejó caer sobre la superficie poblada de cuchillos, cebollas y sazones.
– Mira a ver. ¿Qué tú crees?

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deuda


Milagros no me deja estudiar. La veo ajustando sus ligueros y arreglándose la falda que cubre sus amplias caderas. Se aprieta los senos hasta que parezca que van a reventar y se vira hacia mí, haciendo retumbar sus nalgas. Se sienta a mi lado y me mira sin hablarme.

–No puedo ahora, estoy ocupada. – le digo cansada. Milagros levanta una ceja y encorva sus labios en una sonrisa sarcástica.

– Pues no pareces muy concentrada que digamos.

– Porque me interrumpiste.

– No me eches la culpa– me dice casi como una amenaza. –Tú eres la que anda pensando en mí.

No le respondo. En el fondo sé que tiene razón. La veo encenderse un cigarrillo. Milagros cruza sus piernas lentamente en lo que va poblando mi cuarto de humo. –Te estoy esperando – dice expandiendo sus labios en esa sonrisa tan familiar. Mis ojos se pierden en algún lugar dentro de ese vacío que se asoma entre sus dientes.

– ¿Y? – me pregunta en expectativa.

– Véte y reza un rosario.

Ay, mija, desde que me abandonaste he rezado como mil – dijo irrumpiendo en su suculenta risa. Me siento invadida por una ternura insospechada.

– Milagros, quisiera tanto entretenerme contigo, pero de veras que no puedo. Estoy atrasada con la tesis.

– Eso no es algo que necesitas. Yo estoy de lo más bien sin esas vainas.

– Pero es distinto, tú lo sabes.– proclamo mientras intento volver al libro que estaba leyendo.

– No me dejes en el limbo.

Hubiese preferido no escuchar esa súplica. Ya comienza a fastidiarme toda esta conversación.

–Lo siento pero tengo que concentrarme.

–Está bien. No te preocupes que parte de mi trabajo es saber cuándo irme. – Milagros rinde sus intentos dentro del cenicero donde extermina el cigarrillo.

Sigo con el rabo del ojo la silueta de esa corpulenta mujer. Nuevamente dejo de un lado lo que estoy haciendo y la observo pararse frente al espejo. Saca de su diminuta cartera un lápiz de labios que se pasa por encima de sus jugosas bembas. Me mira a través del espejo. – Te seguiré jodiendo hasta que me hagas caso.

– Ya me lo sospechaba – le digo resignada.

Milagros se ríe y me da la espalda. Se detiene al frente de la puerta y me mira de lado.

– Me tienes que seguir escribiendo. – Ahora se perfila un poco de tristeza.

– No me olvidaré. – le digo justo antes de que se desapareciera de mi vista.

Regreso a mi intento absurdo de estudiar. No puedo. Me sigue embriagando su perfume barato y no me queda más remedio que seguir dibujando mi personaje hasta perderme en ella, aunque de momento sea incapaz de apalabrarla.

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todos los caminos conducen a roma


Edward Hopper. Room in New York, 1932. Olio sobre lienzo.



Deja de hablar tanta mierda. Es lo único que Laura podía pensar mientras él seguía regodeándose en los detalles de su anécdota. Tiene que callarse en algún punto, se repetía como mantra.
–¿Lo puedes creer?- preguntó riéndose.
–No- le respondió con una sonrisa inexpresiva.
Él permaneció con los brazos cruzados, satisfecho con la historia que acababa de contar. Laura aprovechó el silencio. –Voy a salir- anunció.
-Ah, si puedes cómprame el periódico.- le dijo sin darse cuenta que ella ya había cerrado la puerta.
Laura observaba en el retrovisor cómo la casa iba alejándose en la distancia. Le divertía sentir el motor vibrando debajo de su cuerpo. Abrió la pierna izquierda, colocándola en contra de la puerta y se echó para atrás en el asiento. Conducía con una sola mano mientras la calle se prolongaba al frente suyo.
La luz del semáforo se puso roja. Laura desvió su mirada hacia la ventana. Se fijó en un hombre mayor dentro de un carro verde y mohoso que estaba a su lado. El hombre parecía hablar solo, rascándose ocasionalmente el cuello. Los ojos de Laura se detuvieron en una de las arrugas que se asomaban en el cachete de aquel señor. No podía precisar por qué la hipnotizaba de esa manera. La luz cambió y aquel carro siguió hacia adelante. Por alguna razón el pie de Laura resistía empujar el acelerador. Atrás sonaban las bocinas pero Laura tardaba en reaccionar. Empezó a mover el carro sin saber muy bien dónde ir. Dio algunas vueltas y terminó de nuevo en el garaje. Apagó el motor y exhaló al salir del carro. Al entrar a la casa se quedó unos segundos parada junto a la puerta.
-¿Ya regresaste? ¿Trajiste el periódico?- La voz venía desde el fondo del pasillo.
-No, cariño- le respondió mientras dejaba caer las llaves sobre la mesa del comedor.

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por aquello de que es febrero


Esto lo escribí hace tiempo y lo publico ahora ya que es el supuesto mes del amor...


La melancolía de haber sido creada

[o pensamientos de una mujer neurótica]







Nunca pensé que llegaría el momento que me preocuparía más el papel de inodoro que un buen orgasmo. Serán cosas de la edad, o será simplemente que yo no sirvo para esto. Todas las relaciones que he tenido han fracasado, no por las dificultades que se enfrentan las parejas normales. No. Siempre son las pequeñas cosas. Lo que le gusta, lo que no le gusta. Si no se ríe lo suficiente de algún chiste o si se ríe demasiado. La ropa que usa. Si mete el dinero de determinada manera en su wallet. La forma que se para...Ese tipo de tontería.

He tratado que las cosas sean distintas con Julián. Cada vez que hace algún comentario pendejo, o se ríe con esa carcajada que me irrita tanto, o la forma que pone su mano sobre mi hombro después de saludarme...cada vez que estoy a punto de tacharlo, como he hecho tantas veces, me controlo. Inhalo...Exhalo...Me convenzo a mí misma de que es un buen hombre. Después de todo, mis manías son excesivas y no debo hacerles caso.
Y sin embargo aquí estoy, con los pantalones abajo, sentada sobre el inodoro, observando con horror el pequeño rollo de papel que se supone que yo use. Está todo mojado y estrujado, no quiero ni saber dónde se habrá caído. De repente comienzo a fijarme en todos los detalles que no había visto por la prisa que tenía al entrar al baño: unas manchas sospechosas que se asoman entre las losetas, la cantidad de agua pegajosa esparcida por todo el piso, los pequeños puntos negros que invaden las paredes, las cortinas mohosas, el zafacón desbordándose....Inhalo...Exhalo...En medio de esta escatología no puedo evitar preguntarme ¿con quién carajos me estoy involucrando?

-¿Todo bien?- me pregunta Julián desde afuera. –Sí- le contesto casi sin voz. Necesito una estrategia. Busco, ansiosa, en los bolsillos de mis mahones a ver si de casualidad hay un kleenex limpio. Mis dedos rozan la suave textura de un pañuelo olvidado. Lo saco del bolsillo y delibero por unos segundos. ¿Es nuevo? ¿Es usado? No recuerdo. Veo que la esquina de la derecha está un poco torcida. Quizás usé solo esa punta. Lo corto y uso el resto, un poco incómodo pero en todo caso mejor que ese triste rollo enfermizo que tiene Julián aquí. Me lavo las manos frenéticamente y salgo, evaluando cómo proceder.

Voy recorriendo el pasillo oscuro, cada vez más cerca a la fuente de luz. De camino no puedo evitar hacer un catálogo de las asquerosidades que acababa de ver. ¿Cómo es posible que Julián viva así? No. No puedo acostarme con él, si está acostumbrado a usar papel de inodoro así de sucio sabrá dios cuántas infecciones tendrá. Me asomo al marco de la puerta y allí está esperándome. Al verme los cachetes se le ponen rojos. – Se me olvidó decirte que se había acabado el papel. Lo compré hoy pero lo dejé tirado en la sala.- Lo veo sacar de una bolsa de compras el paquete de papel higiénico. –Déjame ponerlo antes de que se me siga olvidando.- Bueno, por lo menos algún tipo de sentido común tiene, aunque eso no justifica el resto de la mugre. Me siento en el sofá y contemplo el panorama...una media sucia tirada detrás de la puerta, una montaña de revistas hacinadas encima del televisor, un plato con no sé qué era pero ahora está tomando otra forma. Comienzo a sentirme mareada...Inhalo...Exhalo...No, no puedo más. Me levanto y justo antes de irme me fijo en unos libros que tiene dispuestos sobre la mesa. Agarro el primero a mi alcance.

Debo tener paciencia para no perderme dentro de mí: vivo perdiéndome de vista. Me hace falta paciencia porque soy varios caminos, aun el fatal callejón sin salida...

-¿Qué lees?- Escucho la pregunta sin elevar los ojos.

...Clarinete en espiral. Violonchelo oscuro...

Siento la silueta de Julián aproximándose, acortando la distancia cada vez más hasta llegar a mi lado.

Pero consigo ver, aunque a duras penas, a Ángela de pie junto a mí. Hela ahí que se acerca un poco más. Después se sienta a mi lado, se cubre el rostro con las manos y llora por haber sido creada. La consuelo haciéndole entender que también yo padezco la vasta e informe melancolía de haber sido creado...

Sigo leyendo pero sin que él lo sepa ya lo estoy acariciando. Sus manos se posan encima del libro y siento cómo lo desliza por debajo de mis dedos. Me mira a los ojos.
Inhalo...Al exhalar, me rindo entre sus labios y me entrego a esta aventura.

*foto: Electronic Toilet Paper por Soan, tomada de deviantArt

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una a una van cayendo...


Este es uno de los cuentos más raros que he escrito, probablemente culpa de la monga.
Muchas felicidades en esta época y que el 2007 sea un año lleno de éxitos, alegrías y mucha esperanza.




Salvador Dalí. Senicitas, 1927.

Una a una van cayendo...

Una mosca descendía vertiginosamente hasta caer adentro. Mercedes observó sin asombro la precisión del insecto. Siempre es así, pensó, cuando uno más quiere algo...Acercó la copa para ver el cadáver flotando en el líquido rojo.
No era la primera vez que le ocurría. Esa pequeña barra siempre estaba tan poblada de moscas que era cuestión de mera ley de probabilidades. Volvió a colocar la copa sobre la mesa. Miró a su alrededor y suspiró. Sí, una a una van cayendo.
Mercedes se hundió en la silla. Tengo que dejar de venir a este sitio, pensó con convicción pero en el fondo sabía que ese local era una parada inevitable. Había algo atractivo en esas paredes despintadas, la madera gastada de las sillas y ese olor indescriptible producto del humo, el sudor y el licor que impregnaba todo el espacio.
Una mujer culona desfiló al frente suyo hasta llegar a la vellonera. Mientras deliberaba qué canción poner, iba jugando con su cabello encrispao. Con cada movimiento se iban advirtiendo unos leves destellos rojizos entre la melena. Una salsa vieja comenzó a sonar. La mujer, satisfecha, se ajustó la falda que apretaba sus chichos y comenzó a bailar.
Mercedes estaba a punto de reírse de la escena cuando se dio cuenta que ya no estaba sola en la mesa. Un hombre pequeño y delgado se había sentado sin pronunciarse. La miraba detenidamente.
-“¿Quién eres y por qué te sentaste aquí?
El hombre respondió con una leve carcajada. “Necesito una mesa y están todas cogidas. Eso es todo.”
Permaneció perpleja observándolo. Era un hombre feo. Sus ojos grandes de renacuajo enmarcaban una nariz perfectamente redonda y pequeña. Acariciaba suavemente su barba mal cuidada que apenas cubría ese rostro desagradable.
El hombre se fijó en la copa y la acercó a sí. “¿Puedo?”
Mercedes soltó una media sonrisa sarcástica, “Allá tú.”
La miró de reojo con los ceños fruncidos. Sus ojos recayeron sobre la copa. “Ah. La mosca me ganó.” dijo meneando el recipiente. Se quedó en silencio absorto en sus propios pensamientos. “Díme, ¿qué animal del aire eres?”
Ella permaneció sin expresión alguna. “Eres la persona más extraña que he conocido”
-“Sí, soy raro” dijo sin mirarla.
-“¿Quién eres?”, preguntó ya irritada.
Él levantó su cabeza indignado.
-“¿De veras que no lo sabes?”
-“¿Debería?”
-“Sí. Soy bastante famoso.”
-“Pues no te reconozco. ¿Quién eres?”
-“Yo soy el Cuco” y se empezó a reír con fuerza.
Mercedes rodó los ojos, “¿El Cuco?”
-“Sí.”
-“Ay, ¡por favor! ¿Eso es lo mejor que te puedes inventar?
-“No es ningún invento”
-“Pero a ver...Si eres el Cuco, ¿qué carajos haces aquí? ¿No deberías de estar atormentando a algún niño?”
El hombre pareció ofendido con la pregunta. “Ya no hago eso. Lo de los niños fue una fase.”
Mercedes no podía aguantarse la risa. “Entonces, ¿qué haces ahora? ¿Borrachón de oficio?”
-“No. No bebo. Además eso no es un oficio.”
-“Pues ¿qué haces ahora?”
-“Entre otras cosas, soy el mejor jugador de brisca del mundo.”
-“Para ser el Cuco no tienes mucha imaginación.”
-“Pero si es verdad”
-“Mira, no he bebido lo suficiente como para seguirte el jueguito. Me retiro.” Se levantó de la silla y se fue hasta la barra. Llamó al camarero y pidió otra copa de vino tinto. Tomó un sorbo y comenzó a relajarse de nuevo.
En ese momento entró al local un hombre de barba larga y canosa. Llevaba puesta una guayabera crema con pantalones marrones y en la mano tenía un cigarro casi consumido. Caminó directo al cenicero que estaba en la barra. Inhaló lo poco que quedaba y le sonrió a Mercedes. “Lumina sfinta” le dijo con una enorme sonrisa mientras apagaba el cigarro.
-“¿Qué?”
El anciano meneó un poco la cabeza y le respondió en un acento raro: “Felices Pascuas.”
-“Ah. Gracias...supongo”
El señor sacó un enorme reloj dorado de su bolsillo. Luego elevó su mirada. El Cuco le hacía señas desde la mesa. Guardó celosamente el reloj y se sentó sin decir una palabra.
El Cuco comenzó a barajar las cartas. Mercedes miraba a los dos hombres desde lejos. O sea que éste en serio juega brisca. Decidió concentrarse nuevamente en el vino, dejando de un lado la curiosidad morbosa por esos personajes tan peculiares que decidieron desfilar justamente hoy por allí. Al rato escuchó que alguien gritaba: “¡Mal rayo parta! Está bien, ganaste. Yo me llevo a la otra.”
El anciano se levantó molesto de su silla. Sacó nuevamente el reloj y lo abrió. Se dirigió hacia la mujer que bailaba salsa. Le tocó el hombro. Ella se viró y se pegó a su cuerpo. Mientras bailaban ella cada vez lucía más cansada. Finalmente le agarró la mano, “Ya es hora...”
La mujer asintió ya sin poder abrir los ojos y se fueron lentamente de la barra.
Mercedes se incomodó al ver la escena. Una brisa fría entraba por las ventanas. Sin saber muy bien cómo estaba segura que el Cuco la observaba. Se viró y ahí estaba él, mirándola con una sonrisa lasciva esbozada en su rostro.
-“¿Qué dices, Mercedes? ¿Jugamos?”
-“Yo nunca te dije mi nombre...”
El pequeño hombre irrumpió en una risa violenta mientras mezclaba las cartas. Ella se fijó en cómo las dejaba caer de una mano a otra.
-“Vente, chica.”
Mercedes tragó con dificultad. No quería. Sintió la necesidad de salir corriendo lo más rápido posible. Pero por alguna razón no podía irse de allí. Necesitaba alcohol, algo, lo que sea que le diera las fuerzas. Agarró la copa y cuando la acercó a sus labios pudo vislumbrar un punto negro que flotaba dentro del vino. Típico, pensó, cuando uno más quiere algo...

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de esclavitud y cadenas: lo que quiera mi ama




El candidato a esclavo se somete bajo su propia voluntad, dispuesto a asumir su papel y entendiendo perfectamente las condiciones de la esclavitud. El esclavo gozará de buena salud y resistencia física. El esclavo tendrá los deseos y necesidades de la ama sobre todas las cosas.


-“Acabo de ver a tu vecina, la del 3-C”, dijo Doña Clotilde con un tono irónico.

Carmela estaba todavía en la cocina preparando el café. “Ay...ésa” vociferó irritada.

-“¿Es verdad eso que dicen por allí, que esa jovencita tiene un...un...?”

-¿Esclavo?, preguntó con la risa en sus labios mientras le extendía una taza.

-“Bueno, eso me dijo Don Ramón cuando lo saludé abajo.

-Pues, no lo sé. Tiene un hombre encerrado allí todo el tiempo. Pero mira, yo no sé lo que hace esa muchacha ni quiero saberlo. Allá ella y sus depravaciones.

Tomaron plácidamente unos sorbos del líquido amargo mientras seguían condenando a aquella mujer inmoral.

Alicia las escuchaba desde el pasillo. Ya estaba acostumbrada a ser el centro de los chismes de sus vecinas. Estaba demasiado cansada como para que le importara. En eso se abrió una puerta. Doña Clotilde salió al pasillo y se congeló al encontrarse de cara con la joven. Alicia rodó los ojos y se rió para sí.

-“Buenas tardes”, le dijo con una enorme sonrisa.

-Sí...buenas...dijo frágilmente la señora y aceleró su paso para alejarse lo más rápido posible.

Vieja chismosa, pensó para sí mientras buscaba las llaves.

Una vez adentro se quitó los zapatos y se tumbó en el sofá.

-“¡Llegaste temprano! exclamó una voz masculina desde el pasillo.

-Sí, me escapé del trabajo. No podía más

Se acarició suavemente el cuello.

-“¡Ven acá!

-Estoy terminando de limpiar el baño. Voy ahora.

-Ven, por favor...", le pidió en un tono juguetón.

Se escuchó la cadena y al rato se apareció él. Estaba sin camisa con un delantal. “¿Necesitas algo?”, le preguntó.

-Quiero un masaje.

Él se tiró de un lado los guantes y se quitó el delantal.

-Quítate la blusa y ponte de espaldas.

Ella lo hizo y se quedó esperándolo mientras se lavaba las manos.

Él se acomodó sobre ella. Tomó una crema y la derramó sobre su piel. Al sentirla, Alicia brincó un poco. “¡Está fría!, exclamó.

-Ahora te caliento, no te preocupes.

Comenzó a mover las manos suavemente, desde abajo hacia arriba en movimientos circulares.

-Esto es justo lo que necesitaba después de llegar del trabajo, suspiró casi sin poder pronunciar las palabras.

Siguió deslizando sus manos por las espaldas de su ama, cada vez con más fuerza, eliminando poco a poco la tensión que cargaban esos hombros.

Después de un tiempo, sintió cómo Alicia le agarró de un brazo y se volteó violentamente hacia él.

-¿Qué tal si me das otro tipo de masaje? preguntó con su voz pícara.

Él le devolvió una sonrisa traviesa. Comenzó a quitarle los pantalones: “Lo que quiera mi ama.”

Carmela regresó cansada con toda la compra. Miró por unos segundos las escaleras y suspiró. Ni modo, se dijo, subiendo uno a uno los peldaños. Al rato sintió unos pasos que descendían hacia donde ella estaba. Miró y reconoció el rostro de aquel muchacho enigmático que siempre estaba con esa vecina indecente. Al pasar al lado suyo, ella lo detuvo.

-Joven, ¿no me ayudarías a subir la compra?.

-Me encantaría ayudarla pero mi ama necesita que le compre algunas cosas y necesito llegar antes de que cierren las tiendas. Imagino que entenderá.

-Sí, sí, está bien...Gracias, joven.

El muchacho siguió caminando hasta llegar a la puerta principal.

Carmela se sentó en las escaleras en lo que recuperaba su aliento. Miró las bolsas de compra. Colocó sus manos sobre la espalda y pensó en Alicia. Fue entonces cuando pronunció las palabras que jamás se perdonó haber dicho: “¡Dichosa ella!”


*fotografía tomada de deviantART, por xantangummy

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de esclavitud y cadenas: preámbulo




-“Tú lo que quieres es un novio.”
Ella rodó los ojos mientras se encendía un cigarrillo.
“No. No quiero un novio, ni siquiera un amante. Yo lo que quiero es un esclavo.”
La miró perplejo.
-“¿Y eso?”
-“Así como lo escuchas. Un esclavo.”
-“¿Y qué comprende esta esclavitud?”
Ella soltó una sonrisa pícara: “Todos los servicios incluidos.”


* Esto será la primera parte de una serie inspirada en un chiste recurrente. Una queridísima amiga brujita me incitó a escribirlo...a ver lo que sale.

imagen por grafzahl, copyright 2004-06, tomada de deviantART

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auto[res]


Olivia fumaba su cigarrillo mientras observaba sus maletas. En ese instante sintió que su vida se resumía en un incesante ir y venir. Miró a su alrededor. Ese lugar estaba plagado de los recuerdos de incontables despedidas. Le echó un vistazo a su reloj. Todavía faltaba algún tiempo para abordar el autobús.

Me escribo en tu silencio
tratando de perdurar
más allá de la espera
por esa palabra
que suspendería la duda,
que aniquilaría las ansias
de saberme
versada
en ti.


Uno a uno fue observando los rostros de los viajeros. Cada maleta un proyecto. Cada lágrima una vida. Cada rostro era un autor desconocido.

Acaricio la duda
tratando de deshilar
una a una
tus verdades
colmándome
de ansiedades
sin saber
sin ni siquiera rozar
las palabras
que rondan
tu silencio

Volvió a inhalar el cigarrillo tratando de organizar sus pensamientos. Era demasiado el sueño, demasiado el cansancio. Se fijó en un hombre que corría detrás de un autobús, despidiéndose enérgicamente de una muchacha. Vio cómo meneaba su mano. Su rostro emanaba una tristeza abrumadora. Olivia sonrió al ver la escena. El ser humano es tan complejo.

y si me miras
en este instante
se derretiría
esta inaguantable
espera

Permaneció sentada en silencio. Estaba a punto de emprender un nuevo viaje y no podía evitar pensar en él.

Te versas en silencio
persiguiendo mi sombra
tu olor inunda mi espacio
haciéndome sentir
aquel viejo sudor
que bajaba por mi piel
y entonces
me doy cuenta
que nunca estuviste
en mis letras

El sueño comienzó a traducirse en desgano. El autobús se enciende. El conductor se coloca en la puerta para recoger los billetes. Un anciano delgado y encorvado le pregunta, “¿En cuanto tiempo parte?”
-“5 minutos”, respondió.
Olivia escuchó estas palabras y apagó su cigarrillo con el zapato. Leyó por unos segundos lo que recién había escrito. Maldita sea, pensó. No sé escribir poesía y me tienes creando versos. Cerró la libreta con fuerza. Se fue hacia el autobús llenándose de esa furia que sólo Tomás lograba en ella.

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dos cuentos




Francis Bacon. Portrait of Michael Leiris, 1976. (Óleo sobre lienzo)

I.

“¿A dónde vas con tanta prisa, papi?” Lo menos que quería era que me hablaran. Me viré un poco trastornado. “¿Qué te importa?”, dije tratando de cortar la jugada.
Me acariciaste suavemente el cachete. “¿Dónde te he visto antes? Te me haces tan familiar.”
-“No lo sé”, ya comenzaba a sentirme inquieto. “Trabajo por aquí, quizás me hayas visto de camino...”
-“No. Si te recuerdo es porque pasó algo interesante.”
-“Pues nunca te había visto antes.”
Pasaste tu mano sobre mis hombros y al hacerlo los recuerdos de aquella noche inundaron mis sentidos. Tú, que casi no hablaste. Tú, con tu cigarrillo y tus ojos perdidos. Tú, que apretando mis caderas entraste con una delicada violencia a mi cuerpo. Tú, que te reías...tú...
“Estoy seguro que te he visto antes, cariño.”
Remojé mis labios. “Em...me tengo que ir.” Me metí en el tren lo más rápido posible para alejarme de ti. Me acomodé entre los pasajeros arrimándome al primer espacio que encontré disponible. Iba todavía reviviendo tu piel mientras sentía la terrible dentera de mi sortija chocando con el metal del tubo.

II.

La verdad es que no me acuerdo de mucho. Estaba borracho. De eso sí estoy seguro.
Me dijo algo. No sé qué, pero todavía puedo sentir su voz suave y ese aliento cálido que me incitaba a seguirlo. Me sonrió y me llevó hasta su carro. El viaje me pareció eterno. El carro daba tumbos por la carretera. Yo iba brincando sobre el asiento aguantándome las náuseas. La música estaba a tope. Me reía. Él seguía conduciéndonos penetrando cada vez más la penumbra de esa noche tan extraña.
Finalmente se detuvo.
No recuerdo cómo pero me llevó a su cama
. Se sentó encima mío y empezó a morderme mientras me quitaba la ropa. Creo que yo también lo mordí.
Y nos enredamos.
Y nos bañamos de sudor.
Y luego nos quedamos inmóviles sintiendo el tiempo colapsar con cada poro que se estremecía de placer.
Lo miré a través del humo que emanaba de mis labios. Acarició mi espalda de arriba abajo haciendo que la sangre volviera a correr hasta endurecer mi pene. Se reinició el mismo ritual. Acabé rendido entre las sábanas sin poder casi abrir los ojos.
Después no sé cómo pasó todo. Sólo se que me llevó de regreso a la ciudad. Me paró justo cuando abrí la puerta, me dijo algo que no entendí y colocó unos billetes en mis manos. Apretó mis dedos. Me sorprendió sentir el frío de su anillo.
Encendí un cigarrillo y observé aquel carro alejarse de mí, sin lograr entender lo que había ocurrido.

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quasi una fantasia


Olivia apareció de repente con un conjunto de lencería negro. Se fue deslizando sobre el cuerpo de Tomás hasta llegar a sus labios. Lo besó apasionadamente. Se quitó su ropa interior y la tiró de un lado.
Tomás la aguantó por la cintura. Se arrimó a sus pechos acariciando con su lengua uno de sus pezones cuando ella lo interrumpió:
- “¿Por qué sigues soñando conmigo?”
Tomás rodó los ojos.
-“Pero ¿es posible que interrumpas el momento hasta cuando te estoy soñando?
-“Lo siento pero me parece un poco jodío que después de tanto tiempo sigas metiéndome en tus sueños.”
-“No, no...Olivia, no. Éste es mi sueño. No tienes derecho a dañar mi fantasía.”
-“En serio, mijo. ¿Y esa ropa interior? No puedes por lo menos imaginarme con algo más decente...”
-“Véte a pelear conmigo en tu cabeza.”
-“Si es tu sueño, entonces puedes callarme sin ningún problema.”
Tomás la miró de reojo.
-“No sé por qué pero estoy empezando a creer que eso es imposible.”
-“No me has contestado la pregunta.”
La recostó en la cama y le besó el cuello. Ella lo apartó, aguantando su cabeza para mirarle a los ojos.
-“Díme por qué...”
Tomás abrió los ojos y ante él se iba enfocando el paisaje caótico habitual. Maldita sea, pensó para sí tratando de registrar bien lo que había soñado.
En eso se abrió la puerta. “¿Te desperté, cariño?” Tomás giró su rostro hacia ella. “No, tuve un mal sueño, eso es todo.” Ella se metió en la cama y lo abrazó. “Pobrecito”, suspiró mientras se acercaba a sus labios para besarlo. “Te quiero mucho, Tomás”, dijo con los ojos cerrados. La sostuvo entre sus brazos. “Yo también.”
Cerró los ojos y trató de retomar la escena donde se había quedado.

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...




Te recostaste sobre la pared. Sólo una lámpara iluminaba frágilmente aquella diminuta habitación. El viento cálido se colaba por la ventanda. Llegó el momento de hablar. Ninguno de los dos quería esa responsabilidad. Me acerqué a ti buscando las fuerzas. Te miré firmemente a los ojos, asomándome al abismo que circundaba tus pupilas. Tocaste mi brazo y en ese segundo las palabras se desvanecieron en tu piel.

...

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minutos


Salvador Dalí. La persistencia de la memoria, 1931.


Tomó un sorbo de cerveza. Él insistía en hablarle sobre su tesis. Ella miraba fijamente la botella que sostenía entre sus manos. Ocasionalmente soltaba algún “ajá”, “sí” o “qué interesante”. Más que nada lo hacía para recordarse a sí misma que estaba viva.
Luego comenzó a hablarle sobre una conferencia que dio. Le sonrió como si estuviera interesada y miró disimuladamente su reloj.
¿Cuánto tiempo tengo que esperar? ¿Cuántos minutos para que fuera adecuada la salida triunfal?
En ese momento sintió que él le rozó casualmente la rodilla. Se quedó inmovilizada. Sintió un calor inesperado. Comenzó a imaginar esa mano subiendo por su muslo. Imaginó esos labios deslizándose por su cuello. Por un momento imaginó su cuerpo volcándose encima de ese hombre.
Lo miró fijamente a los ojos.
Ahora, ahora...bésame ahora, imploró mentalmente.
-Y bueno, los otros días en el trabajo me presentaron al Dr. Ruiz González quien publicó hace dos semanas un artículo en la revista de antropología médica y él me invitó personalmente a dar una conferencia sobre...
Al escuchar esas palabras tomó un poco más de cerveza y se hundió en el asiento. Sus ojos se perdieron en la nada mientras se repetía: “Sólo algunos minutos más...sólo algunos minutos y ya estaré lejos.”

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sonata en mi mayor para escuchar mientras se lee Rayuela


“Y era tan natural cruzar la calle, subir los peldaños del puente, entrar en su delgada cintura y acercarme a la Maga que sonreía sin sorpresa, convencida como yo de que un encuentro casual era lo menos casual en nuestras vidas, y que la gente que se da citas precisas es la misma que necesita papel rayado para escribirse o que aprieta desde abajo el tubo de dentífrico.”
-Horacio Oliveira
Rayuela (capítulo 1) de Julio Cortázar

primer movimiento

-“Tengo muchas ganas de verte”.
Olivia sostuvo el teléfono en silencio. Ya había escuchado estas palabras muchas veces y estaba demasiado consciente que carecían de significado.
-“¿Y?” le preguntó irritada.
-“Que quiero verte”, repitió.
-“¿Y para qué?”
-“Para vernos, hablar...me haces falta.”
Olivia rodó los ojos. Ahí mismo sintió un deseo incontenible de mandarle a la mierda. Sabía muy bien que él realmente no quería verla. Comenzó a mirar su habitación. Al lado de la almohada descansaba el libro que le acompañaba fielmente todas las noches. Fue entonces cuando se le ocurrió una manera de nivelar el juego.
-“¿Quieres verme?”
-“Sí”
-“Bueno, dejémoslo al azar. Yo no voy a acordar contigo ninguna cita. Búscame. Te doy un mes. Si me encuentras casualmente por esta ciudad...seré tuya una última vez.”
Al otro lado no se escuchaba nada. Finalmente Tomás dijo: “¿Un mes?”
-“Sí...suficiente tiempo. Un mes. Después de eso no me vuelvas a buscar.”
-“Bueno...si así quieres, pues te encontraré.”
-“Suerte", dijo Olivia y enganchó el teléfono aguantándose las ganas de reír.

segundo movimiento

Tomás estaba en una barra con unos amigos. Conversaban sobre alguna película, o algún libro...en realidad ni él mismo lo sabía. Sus ojos brincaban de un lado al otro.
-"¿Estás buscando a alguien?", le preguntó un amigo.
-"No...no...estoy sólo pensando..."
Pero él sabía muy bien que sí buscaba a alguien. Miraba constantemente a la puerta esperando que Olivia irrumpiera en su espacio. Quería verla...tocarla...se llenó de tanto deseo que no podía casi contenerse. Esta ciudad no es tan grande...tendré que verla en algún momento...sería imposible.

tercer movimiento: scherzo 34/7

Toco tu boca, con un dedo toco el borde de tu boca, voy di-
Viernes por la noche. Todo el mundo está afuera. Termino mi
bujándola como si saliera de mi mano, como si por primera vez
cigarillo y me coloco en la cama. No tenía ganas de salir. Prefiero
tu boca se entreabriera, y me basta cerrar los ojos para
quedarme leyendo este libro, mi libro, mi fiel amante. Paso las
deshacerlo todo y recomenzar, hago nacer cada vez la boca que
páginas y me deleito con estas palabras. Hermoso. Acomodo la
deseo, la boca que mi mano elige y te dibuja en la cara, una boca
lámpara para que ilumine mejor el recorrido que van haciendo
elegida entre todas, con soberana libertad, elegida por mí para
mis ojos. Y en toda esta comodidad no puedo evitar pensar en ti.
dibujarla con mi mano en tu cara, y que por un azar que no busco
¿Estarás buscándome? Me divierte la idea pero dudo que seas tan
comprender coincide exactamente con tu boca que sonríe por
pendejo. Quizás lo eres. Quizás no te conozco lo suficiente. Tus
debajo de la que mi mano te dibuja.
palabras comienzan a retumbar por mi mente. Realmente nunca
Me miras, de cerca me miras, cada vez más cerca y entonces
nos hablamos. Tú ibas por tu lado y yo por el mío. Las instancias
jugamos al cíclope, nos miramos cada vez más de cerca y los ojos
se dieron desde el cuerpo. Tus manos deslizándose por las
se agrandan, se acercan entre sí, se superponen y los cíclopes se
mías.Tu boca rozando la mía. Eso fue todo. Quizás te quise...pero
miran, respirando confundidos, las bocas se encuentran y luchan
eso fue hace mucho tiempo. Ahora ya no queda nada. Sólo
tibiamente, mordiéndose con los labios, apoyando apenas
recuerdos fugaces de tu piel. Tu piel morena. Tu piel dura. Tu piel
la lengua en los dientes, jugando en sus recintos donde un aire
suavemente acariciando la mía. Fue eso y nada más. Una música
pesado va y viene con un perfume viejo y un silencio. Entonces
cacofónica creada frágilmente entre dos cuerpos. Tú y yo en el
mis manos buscan hundirse en tu pelo, acariciar lentamente la
silencio de noches como ésta. Tú y yo rechazando por un
profundidad de tu pelo mientras nos besamos como si tuviéramos
momento la vida y la soledad. Tú y yo en una terriblemente
la boca llena de flores o de peces, de movimientos vivos, de
efímera coincidencia. Nosotros, un colectivo que nunca existió.
fragancia oscura. Y si nos mordiéramos el dolor es dulce, y si nos
Un tácito desencuentro. Sí, quizás te quise...pero el tiempo ha
ahogamos en un breve y terrible absorber simultáneo del aliento,
borrado todo sentimiento y sólo me quedo con vestigios de tus
esa instantánea muerte es bella. Y hay una sola saliva y un solo
huellas en mis sábanas, las mismas sábanas que ahora cobijan mi
sabor a fruta madura, y yo te siento temblar contra mí como una
cuerpo cansado.El tiempo pasó velozmente. Yo me quedo sola,
luna en el agua.
buscándote entre estas palabras de Cortázar. Encontrándote, perdiéndote, diluyéndome en la historia que leo. Voy reviviendo el pasado que se convierte en verbo presente, demasiado presente en mi carne.

cuarto movimiento

Jugamos esta rayuela atrofiada. Jugamos sabiendo que nadie ganará. Jugamos sabiendo que ninguno de los dos está realmente jugando. Jugamos, como siempre, jugamos...

La rayuela se juega con una piedrita que hay que empujar con la punta del zapato. Ingredientes: una acera, una piedrita, un zapato, y un bello dibujo con tiza, preferentemente de colores. En lo alto está el Cielo, abajo está la Tierra, es muy difícil llegar con la piedrita al Cielo, casi siempre se calcula mal y la piedra sale del dibujo. Poco a poco, sin embargo, se va adquiriendo la habilidad necesaria para salvar las diferentes casillas.

Voy por las calles buscándote
como el tonto que bien sabes que soy.
Imagino tu silueta por todas partes
tu silueta de mujer pequeña.
Olivia, te veo en todos los rostros
pero no te encuentro.
Una parte de mí quiere que me encuentres.
Camino por las calles sintiendo
que la ciudad me observa.
Pero sé muy bien que aunque lo intentaras
no me encontrarías.
Nunca te volveré a ver.

...y un día se aprende a salir de la Tierra y remontar la piedrita hasta el Cielo, hasta entrar en el Cielo...lo malo es que justamente a esa altura, cuando casi nadie ha aprendido a remontar la piedrita hasta el Cielo, se acaba de golpe la infancia y se cae en las novelas, en la angustia al divino cohete, en la especulación de otro Cielo al que también hay que aprender a llegar. Y porque se ha salido de la infancia...se olvida que para llegar al Cielo se necesitan, como ingredientes, una piedrita y la punta del zapato.

No te encontraré
No me estarás buscando.

...la piedrita tenía que pasar por el ojo del culo, metida a patadas por la punta del zapato, y de la Tierra al Cielo las casillas estarían abiertas, el laberinto se desplegaría como una cuerda de reloj rota haciendo saltar en mil pedazos el tiempo de los empleados, y por los mocos y el semen...se entraría al camino que llevaba al Kibbutz del deseo, no ya subir al Cielo (subir, palabra hipócrita, cielo, flatus vocis), sino caminar con pasos de hombre por una tierra de hombres hacia el kibbutz allá lejos pero en el mismo plano, como el Cielo estaba en el mismo plano que la Tierra en la acera roñosa de los juegos, y un día quizá se entraría en el mundo donde decir Cielo no sería un repasador manchado de grasa, y un día alguien vería la verdadera figura del mundo, patterns as pretty as can be, y tal vez, empujando la piedra, acabaría por entrar en el kibbutz.

¿Y si de repente abro una puerta
o giro por una esquina
y apareces tú?
¿Y si cierro los ojos y al abrirlos
me encuentro con tu sonrisa?


¿Y si ocurre lo implausible?
¿Y si reviertes mi cinismo?
¿Y si lograras desafiar esta ciudad?
La magia, Tomás,
¿dónde está la magia?

Los días van pasando. El tiempo se derrite con el calor que arropa esta ciudad. Una leve brisa como un aliento seco revuelca algunos papeles que alguien tiró por la calle. Los transeúntes desfilan ante mis ojos. Ya ni me fijo. Todos son iguales. No sé dónde estarás. No sé lo que harás. Los músicos empacan sus instrumentos y se van sin saber cuándo volverán a tocar juntos. Sólo quedan los ecos de aquellas sonatas que retumbaban por las paredes. Sombras, sólo sombras. Sombras que se esconden y que nunca volveremos a ver con claridad. Me quedo con los recuerdos y con unas palabras enterradas en algún libro que reviven tu presencia inscrita ya en mi piel.

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intermezzo


intermezzo
1.
(voz it.) m. mús. Composición musical instrumental interpretada al comienzo o en el entreacto de una ópera, antes de levantar el telón.
2. Composición musical breve e independiente.
3. Ópera cómica en un solo acto que se representaba en los entreactos de una ópera seria, en el siglo xviii.

Y de repente... ¡paf!
No se veía nada pero Tomás entendió exactamente lo que había pasado. Ella estaba acorralada en la pared, trató de brincar sobre su cuerpo y ¡paf!
Sólo se veía una leve sombra pero sabía que Olivia estaba desnuda sobre el suelo.
-¿Estás bien?
-Sólo a mí se me ocurre una anormalidad como ésta.
Tomás se rió un poco. "Es una forma original de empezar el día..."
-Sí, seguramente, dijo mientras se levantaba.
Siempre fue así. En algún momento le entraba la desesperación de salir corriendo. Todavía estaba oscuro. Serían las 5...6...de la madrugada. Esta tipa está loca, pensó.
-¿Huyes de nuevo?
-No estoy huyendo...Prefiero dormir en mi cama. Mejor para los dos ¿no?
Pausó un momento en lo que se ponía los pantalones.
-Además, continuó, ¿qué diferencia hace si me quedo o no?
-La diferencia entre dormir tranquilamente o despertar con un golpe...
Afortunadamente era oscuro pero Tomás sabía muy bien que lo mandaba a la mierda con sus ojos, con esos enormes ojos que parecían absorber el mundo entero cuando los abría.
-¡Puñeta! ¡No encuentro mi blusa!
-Espera que prendo la luz.
Olivia se movía desesperadamente por el cuarto.
-Olvídalo. Total, si me pongo el abrigo no se nota. Me la das después.
-Que esperes un momento y te ayudo.
Sí...está loca, pensó mientras ponía su mano debajo de la almohada.
-Aquí está.
Extendió la mano para dársela y vio que ya se había cubierto con el abrigo.
Olivia tomó la blusa y la escondió en su cartera. Él se quedó observando cómo ella trataba de acomodar las cosas en el pequeño espacio. Siempre llevaba consigo un hacinamiento de porquerías: papeles, pinta labios, lápices, bolígrafos, recibos viejos, llaves y a veces hasta libros. Ahora se le sumaba una pequeña blusa al contenido de esa tumultuosa cartera.
-Te acompañaría hasta la puerta pero...
-No te preocupes. Sabes que conmigo no tienes que ponerte con esas cortesías.
-Ya sé que no te importa, pero no es sólo por ti.
-Da igual, chico. Quédate durmiendo. Nos vemos luego.
-Bueno, pues, qué descanses.
-Igual.
Tomás la sintió recorriendo el pasillo. Al rato escuchó la puerta. Meneó un poco la cabeza.
Es artista, no podía ser de otra manera. Se volvió a reir de la escena y trató de dormir en esa cama ahora impregnada del perfume frutoso que siempre quedaba cuando Olivia ya no estaba.

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