Milagros no me deja estudiar. La veo ajustando sus ligueros y arreglándose la falda que cubre sus amplias caderas. Se aprieta los senos hasta que parezca que van a reventar y se vira hacia mí, haciendo retumbar sus nalgas. Se sienta a mi lado y me mira sin hablarme.
–No puedo ahora, estoy ocupada. – le digo cansada. Milagros levanta una ceja y encorva sus labios en una sonrisa sarcástica.
– Pues no pareces muy concentrada que digamos.
– Porque me interrumpiste.
– No me eches la culpa– me dice casi como una amenaza. –Tú eres la que anda pensando en mí.
No le respondo. En el fondo sé que tiene razón. La veo encenderse un cigarrillo. Milagros cruza sus piernas lentamente en lo que va poblando mi cuarto de humo. –Te estoy esperando – dice expandiendo sus labios en esa sonrisa tan familiar. Mis ojos se pierden en algún lugar dentro de ese vacío que se asoma entre sus dientes.
– ¿Y? – me pregunta en expectativa.
– Véte y reza un rosario.
– Ay, mija, desde que me abandonaste he rezado como mil – dijo irrumpiendo en su suculenta risa. Me siento invadida por una ternura insospechada.
– Milagros, quisiera tanto entretenerme contigo, pero de veras que no puedo. Estoy atrasada con la tesis.
– Eso no es algo que necesitas. Yo estoy de lo más bien sin esas vainas.
– Pero es distinto, tú lo sabes.– proclamo mientras intento volver al libro que estaba leyendo.
– No me dejes en el limbo.
Hubiese preferido no escuchar esa súplica. Ya comienza a fastidiarme toda esta conversación.
–Lo siento pero tengo que concentrarme.
–Está bien. No te preocupes que parte de mi trabajo es saber cuándo irme. – Milagros rinde sus intentos dentro del cenicero donde extermina el cigarrillo.
Sigo con el rabo del ojo la silueta de esa corpulenta mujer. Nuevamente dejo de un lado lo que estoy haciendo y la observo pararse frente al espejo. Saca de su diminuta cartera un lápiz de labios que se pasa por encima de sus jugosas bembas. Me mira a través del espejo. – Te seguiré jodiendo hasta que me hagas caso.
– Ya me lo sospechaba – le digo resignada.
Milagros se ríe y me da la espalda. Se detiene al frente de la puerta y me mira de lado.
– Me tienes que seguir escribiendo. – Ahora se perfila un poco de tristeza.
– No me olvidaré. – le digo justo antes de que se desapareciera de mi vista.
Regreso a mi intento absurdo de estudiar. No puedo. Me sigue embriagando su perfume barato y no me queda más remedio que seguir dibujando mi personaje hasta perderme en ella, aunque de momento sea incapaz de apalabrarla.
Labels: ficción
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"Mis ojos se pierden en algún lugar dentro de ese vacío que se asoma entre sus dientes."
Genialidad!
Me encanta tu relación con tus personajes y la manera en que parecen crecer juntos con sabor a encerrona liberadora, provocando querer leer más.
Un abrazo!
Me tienes que seguir (D)escribiendo.
Que lindo cuento, que linda frase.
Ah!!! Milagros la extraño. Ella quiere seguir viviendo a través de las letras. Debemos coordinar una cita con ella y Estela. Un abrazo.
Ana: Gracias! Hay personajes que se quedan con uno, que salen de la página y cobran vida propia. Es extraño. Ni modo, hay que obedecerlos también!
un abrazo
Eduardo: Gracias, chico, esa frase me mató escribirla. Es mi deuda con Milagros...se la debo todavía...
Madam: Milagros siempre está por ahí. A veces se mete en cuentos que no tienen nada que ver con ella y tengo que detenerme y sacarla de ahí. Está tan llena de vida que no me deja.
Hay que hacer algo con ella, con Estela y demás personajes fabulosos (no quiero chotear demasiado por acá, jeje). Las extraño demasiado!!
un abrazote inmenso