una a una van cayendo...


Este es uno de los cuentos más raros que he escrito, probablemente culpa de la monga.
Muchas felicidades en esta época y que el 2007 sea un año lleno de éxitos, alegrías y mucha esperanza.




Salvador Dalí. Senicitas, 1927.

Una a una van cayendo...

Una mosca descendía vertiginosamente hasta caer adentro. Mercedes observó sin asombro la precisión del insecto. Siempre es así, pensó, cuando uno más quiere algo...Acercó la copa para ver el cadáver flotando en el líquido rojo.
No era la primera vez que le ocurría. Esa pequeña barra siempre estaba tan poblada de moscas que era cuestión de mera ley de probabilidades. Volvió a colocar la copa sobre la mesa. Miró a su alrededor y suspiró. Sí, una a una van cayendo.
Mercedes se hundió en la silla. Tengo que dejar de venir a este sitio, pensó con convicción pero en el fondo sabía que ese local era una parada inevitable. Había algo atractivo en esas paredes despintadas, la madera gastada de las sillas y ese olor indescriptible producto del humo, el sudor y el licor que impregnaba todo el espacio.
Una mujer culona desfiló al frente suyo hasta llegar a la vellonera. Mientras deliberaba qué canción poner, iba jugando con su cabello encrispao. Con cada movimiento se iban advirtiendo unos leves destellos rojizos entre la melena. Una salsa vieja comenzó a sonar. La mujer, satisfecha, se ajustó la falda que apretaba sus chichos y comenzó a bailar.
Mercedes estaba a punto de reírse de la escena cuando se dio cuenta que ya no estaba sola en la mesa. Un hombre pequeño y delgado se había sentado sin pronunciarse. La miraba detenidamente.
-“¿Quién eres y por qué te sentaste aquí?
El hombre respondió con una leve carcajada. “Necesito una mesa y están todas cogidas. Eso es todo.”
Permaneció perpleja observándolo. Era un hombre feo. Sus ojos grandes de renacuajo enmarcaban una nariz perfectamente redonda y pequeña. Acariciaba suavemente su barba mal cuidada que apenas cubría ese rostro desagradable.
El hombre se fijó en la copa y la acercó a sí. “¿Puedo?”
Mercedes soltó una media sonrisa sarcástica, “Allá tú.”
La miró de reojo con los ceños fruncidos. Sus ojos recayeron sobre la copa. “Ah. La mosca me ganó.” dijo meneando el recipiente. Se quedó en silencio absorto en sus propios pensamientos. “Díme, ¿qué animal del aire eres?”
Ella permaneció sin expresión alguna. “Eres la persona más extraña que he conocido”
-“Sí, soy raro” dijo sin mirarla.
-“¿Quién eres?”, preguntó ya irritada.
Él levantó su cabeza indignado.
-“¿De veras que no lo sabes?”
-“¿Debería?”
-“Sí. Soy bastante famoso.”
-“Pues no te reconozco. ¿Quién eres?”
-“Yo soy el Cuco” y se empezó a reír con fuerza.
Mercedes rodó los ojos, “¿El Cuco?”
-“Sí.”
-“Ay, ¡por favor! ¿Eso es lo mejor que te puedes inventar?
-“No es ningún invento”
-“Pero a ver...Si eres el Cuco, ¿qué carajos haces aquí? ¿No deberías de estar atormentando a algún niño?”
El hombre pareció ofendido con la pregunta. “Ya no hago eso. Lo de los niños fue una fase.”
Mercedes no podía aguantarse la risa. “Entonces, ¿qué haces ahora? ¿Borrachón de oficio?”
-“No. No bebo. Además eso no es un oficio.”
-“Pues ¿qué haces ahora?”
-“Entre otras cosas, soy el mejor jugador de brisca del mundo.”
-“Para ser el Cuco no tienes mucha imaginación.”
-“Pero si es verdad”
-“Mira, no he bebido lo suficiente como para seguirte el jueguito. Me retiro.” Se levantó de la silla y se fue hasta la barra. Llamó al camarero y pidió otra copa de vino tinto. Tomó un sorbo y comenzó a relajarse de nuevo.
En ese momento entró al local un hombre de barba larga y canosa. Llevaba puesta una guayabera crema con pantalones marrones y en la mano tenía un cigarro casi consumido. Caminó directo al cenicero que estaba en la barra. Inhaló lo poco que quedaba y le sonrió a Mercedes. “Lumina sfinta” le dijo con una enorme sonrisa mientras apagaba el cigarro.
-“¿Qué?”
El anciano meneó un poco la cabeza y le respondió en un acento raro: “Felices Pascuas.”
-“Ah. Gracias...supongo”
El señor sacó un enorme reloj dorado de su bolsillo. Luego elevó su mirada. El Cuco le hacía señas desde la mesa. Guardó celosamente el reloj y se sentó sin decir una palabra.
El Cuco comenzó a barajar las cartas. Mercedes miraba a los dos hombres desde lejos. O sea que éste en serio juega brisca. Decidió concentrarse nuevamente en el vino, dejando de un lado la curiosidad morbosa por esos personajes tan peculiares que decidieron desfilar justamente hoy por allí. Al rato escuchó que alguien gritaba: “¡Mal rayo parta! Está bien, ganaste. Yo me llevo a la otra.”
El anciano se levantó molesto de su silla. Sacó nuevamente el reloj y lo abrió. Se dirigió hacia la mujer que bailaba salsa. Le tocó el hombro. Ella se viró y se pegó a su cuerpo. Mientras bailaban ella cada vez lucía más cansada. Finalmente le agarró la mano, “Ya es hora...”
La mujer asintió ya sin poder abrir los ojos y se fueron lentamente de la barra.
Mercedes se incomodó al ver la escena. Una brisa fría entraba por las ventanas. Sin saber muy bien cómo estaba segura que el Cuco la observaba. Se viró y ahí estaba él, mirándola con una sonrisa lasciva esbozada en su rostro.
-“¿Qué dices, Mercedes? ¿Jugamos?”
-“Yo nunca te dije mi nombre...”
El pequeño hombre irrumpió en una risa violenta mientras mezclaba las cartas. Ella se fijó en cómo las dejaba caer de una mano a otra.
-“Vente, chica.”
Mercedes tragó con dificultad. No quería. Sintió la necesidad de salir corriendo lo más rápido posible. Pero por alguna razón no podía irse de allí. Necesitaba alcohol, algo, lo que sea que le diera las fuerzas. Agarró la copa y cuando la acercó a sus labios pudo vislumbrar un punto negro que flotaba dentro del vino. Típico, pensó, cuando uno más quiere algo...

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de esclavitud y cadenas: lo que quiera mi ama




El candidato a esclavo se somete bajo su propia voluntad, dispuesto a asumir su papel y entendiendo perfectamente las condiciones de la esclavitud. El esclavo gozará de buena salud y resistencia física. El esclavo tendrá los deseos y necesidades de la ama sobre todas las cosas.


-“Acabo de ver a tu vecina, la del 3-C”, dijo Doña Clotilde con un tono irónico.

Carmela estaba todavía en la cocina preparando el café. “Ay...ésa” vociferó irritada.

-“¿Es verdad eso que dicen por allí, que esa jovencita tiene un...un...?”

-¿Esclavo?, preguntó con la risa en sus labios mientras le extendía una taza.

-“Bueno, eso me dijo Don Ramón cuando lo saludé abajo.

-Pues, no lo sé. Tiene un hombre encerrado allí todo el tiempo. Pero mira, yo no sé lo que hace esa muchacha ni quiero saberlo. Allá ella y sus depravaciones.

Tomaron plácidamente unos sorbos del líquido amargo mientras seguían condenando a aquella mujer inmoral.

Alicia las escuchaba desde el pasillo. Ya estaba acostumbrada a ser el centro de los chismes de sus vecinas. Estaba demasiado cansada como para que le importara. En eso se abrió una puerta. Doña Clotilde salió al pasillo y se congeló al encontrarse de cara con la joven. Alicia rodó los ojos y se rió para sí.

-“Buenas tardes”, le dijo con una enorme sonrisa.

-Sí...buenas...dijo frágilmente la señora y aceleró su paso para alejarse lo más rápido posible.

Vieja chismosa, pensó para sí mientras buscaba las llaves.

Una vez adentro se quitó los zapatos y se tumbó en el sofá.

-“¡Llegaste temprano! exclamó una voz masculina desde el pasillo.

-Sí, me escapé del trabajo. No podía más

Se acarició suavemente el cuello.

-“¡Ven acá!

-Estoy terminando de limpiar el baño. Voy ahora.

-Ven, por favor...", le pidió en un tono juguetón.

Se escuchó la cadena y al rato se apareció él. Estaba sin camisa con un delantal. “¿Necesitas algo?”, le preguntó.

-Quiero un masaje.

Él se tiró de un lado los guantes y se quitó el delantal.

-Quítate la blusa y ponte de espaldas.

Ella lo hizo y se quedó esperándolo mientras se lavaba las manos.

Él se acomodó sobre ella. Tomó una crema y la derramó sobre su piel. Al sentirla, Alicia brincó un poco. “¡Está fría!, exclamó.

-Ahora te caliento, no te preocupes.

Comenzó a mover las manos suavemente, desde abajo hacia arriba en movimientos circulares.

-Esto es justo lo que necesitaba después de llegar del trabajo, suspiró casi sin poder pronunciar las palabras.

Siguió deslizando sus manos por las espaldas de su ama, cada vez con más fuerza, eliminando poco a poco la tensión que cargaban esos hombros.

Después de un tiempo, sintió cómo Alicia le agarró de un brazo y se volteó violentamente hacia él.

-¿Qué tal si me das otro tipo de masaje? preguntó con su voz pícara.

Él le devolvió una sonrisa traviesa. Comenzó a quitarle los pantalones: “Lo que quiera mi ama.”

Carmela regresó cansada con toda la compra. Miró por unos segundos las escaleras y suspiró. Ni modo, se dijo, subiendo uno a uno los peldaños. Al rato sintió unos pasos que descendían hacia donde ella estaba. Miró y reconoció el rostro de aquel muchacho enigmático que siempre estaba con esa vecina indecente. Al pasar al lado suyo, ella lo detuvo.

-Joven, ¿no me ayudarías a subir la compra?.

-Me encantaría ayudarla pero mi ama necesita que le compre algunas cosas y necesito llegar antes de que cierren las tiendas. Imagino que entenderá.

-Sí, sí, está bien...Gracias, joven.

El muchacho siguió caminando hasta llegar a la puerta principal.

Carmela se sentó en las escaleras en lo que recuperaba su aliento. Miró las bolsas de compra. Colocó sus manos sobre la espalda y pensó en Alicia. Fue entonces cuando pronunció las palabras que jamás se perdonó haber dicho: “¡Dichosa ella!”


*fotografía tomada de deviantART, por xantangummy

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