el efecto sondheim


(Este post es sobre Sweeney Todd. Son comentarios bien generales y no doy muchos detalles para no chotear nada.)




El efecto Sondheim


Sondheim es uno de los nombres más reconocidos en el teatro musical. Para mí era sólo eso, un nombre, hasta que pude ver una grabación de la producción vieja de Sweeney Todd con Angela Landsbury. Entonces sucedió algo que no esperaba. En medio de las notas violentas, los arreglos atonales y las letras complejas me encontré completamente perdida en la historia. El vídeo terminó y me tardé en ubicarme a mí misma. Luego vi Sunday in the park with George, una obra que gira en torno el lienzo Un dimanche après-midi à l'Île de la Grande Jatte de Seurat y me sucedió lo mismo. Las reflexiones sobre la vida y el arte calan en algo profundamente humano que es elevado por las hermosas composiciones musicales. Y así se han ido sumando las obras: Passion, Into the Woods, Company y en todas he experimentado la misma sensación, como si una mano invisible de alguna manera me estrujara las entrañas para sumergirme completamente en el escenario. He llegado a llamarlo el efecto Sondheim porque nunca he sentido lo mismo en otras obras, mucho menos en el teatro musical que a veces me resulta artificioso y distante.
En mi breve estadía en Nueva York tuve la oportunidad de ver la versión fílmica de Sweeney Todd. Cuando entré al cine me pregunté si el efecto Sondheim se traduciría a la pantalla grande. En seguida comenzó a sonar la música con las melodias familiares y nuevamente reviví la historia morbosa del barbero de Fleet Street quien tras ser encarcelado injustamente termina asesinando a sus clientes para saciar su sed de venganza y su cómplice Mrs. Lovett cocinaba las víctimas en las empanadillas de carne que vendía en su negocio.
La versión fílmica es ineludiblemente distinta a las representaciones teatrales que de alguna manera conozco. Tim Burton sabiamente eliminó algunos recursos que aunque son efectivos en el teatro no funcionaban en el cine. Un ejemplo notable sería la ausencia del coro griego que conduce la historia. De hecho, en la película se suprimieron todos los coros y en ocasiones se reducen las canciones a lo más importante para la historia. Otra diferencia notable es que por primera vez los personajes se mueven por la ciudad. Londres, ese hole in the world, es una presencia tenebrosa tangible. Constantemente se nos muestra la ciudad, como en A Little Priest, Sweeney y Mrs. Lovett miran a través de la ventana mientras van señalando los distintos arquetipos que van mencionando, haciendo así más evidente la crítica social que se lleva a cabo en la canción .
Burton, siendo un director muy visual, prestó mucha atención a la composición de las escenas, las luces y sombras y exterioriza en instancias la imaginación de los personajes, algo que en el teatro no se podía hacer. Por ejemplo en la canción Epiphany, Sweeney recorre las calles de Londres en su mente o en By the Sea, que nunca me había gustado mucho, es elevada por las recreaciones geniales de las fantasías de Mrs. Lovett. La lectura que hace Burton de los personajes me pareció maravillosa. Judge Turpin, encarnado perfectamente por el talentoso Alan Rickman, es un personaje más complejo que en otras versiones que he visto y en la película se establece un paralelismo con Sweeney. Anthony en esta versión es un muchacho, impulsivo e idealista, movilizado por una morbosidad que en mi opinión es más justificable en un pesonaje joven que no tiene control de sus sentimientos y pasiones. Johanna, también de corta edad, es mucho más pasiva y desensibilizada que en otras caracterizaciones. Físicamente es etérea y en ocasiones Burton parece dar pistas de la vida sin esperanza que con toda probabilidad le espera. Toby, usualmente interpretado por un adulto aquí es un niño, lo cual lo hace mucho más efectivo. Interesantemente en esta versión Toby no cede a la locura, lo cual fue el eje central de la escenificación de John Doyle en la más reciente adaptación de la obra*. Esta decisión de Burton en mi opinión fue muy efectiva. Un personaje que me sorprendió mucho fue el Beadle, que nunca me había llamado la atención. En la película es un hombre libidinoso, violento y se trabajan elementos de homoerotismo fascinantes. Sasha Baron Cohen, mejor conocido por sus personajes Ali G o Borat es genial como Pirelli, mostrando sus habilidades impecables como humorista pero a la vez concediéndole al personaje una profundidad psicológica en las sutilezas de su actuación.
Confieso que tenía mis reservas con Helena Bonham Carter haciendo de Mrs. Lovett. Ciertamente su voz es un tanto débil, pero lo compensa con su actuación y profunda comprensión del personaje.
Finalmente toca hablar de Johnny Depp, un actor que pudo haber sido meramente un rostro bonito pero sigue reinventándose y mostrando una habilidad técnica sorprendente. Sondheim ha comentado muchas veces y lo repitió al aprobar el elenco de la película que para el personaje de Sweeney importa mucho más la actuación que la voz del actor. Depp tiene una voz hermosa, bastante dulce y lo genial es que incorpora eso en su interpretación del personaje. El Sweeney de Depp es completamente abyecto, incapaz de expresar sentimientos hacia nada ni nadie. Está obsesionado solamente con sus planes de venganza. Mientras otros actores como George Hern o Michael Cerveris expresaban rabia o en ocasiones sentido de humor, el Sweeney de Depp es más contenido y sin embargo sumamente fiel al espíritu de la obra.
Pero lo mejor de la película es la sangre. La historia de por sí es sumamente morbosa, sin embargo, es difícil explorar los elementos sangrientos y corpóreos en el teatro. Burton presenta la realidad física de los asesinatos que contrasta genialmente con la insensibilidad del Sweeney de Depp. Una escena particularmente efectiva en este sentido es durante la segunda canción llamada Johanna. La sangre en el filme no es realista, es exagerada y poética. Tim Burton ha expresado el elemento catártico que tiene la sangre en la película y al verla pude entender lo que quería decir. Es como una especie de liberación de todo la tensión latente de los personajes, de todo lo que no se expresa en palabras. Es la vida que se derrama del cuerpo. El efecto es impactante, desgarrador e irremediablemente humano.
La película terminó y el público presente irrumpió en aplausos. Yo me quedé en silencio, hundida en el asiento, completamente enmudecida por la poderosa imagen final y demasiado consciente del efecto Sondheim que nuevamente había presenciado, esta vez en la butaca de un cine.


*hace tiempo escribí una reseña de la producción de Doyle (aquí ), que ya no está en Nueva York pero actualmente está de gira.

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