algunas notas sobre El Pulpo




El pasado jueves 29 de marzo se presentó el resultado de un proyecto interesantísimo que reunía a 25 escritores con 25 artistas plásticos puertorriqueños para hacer un libro gigante. La obra, en parte performance, en parte Artist Book, en parte objeto artístico, presentó un junte de tanto talento. Para mí, el aspecto más interesante de esta iniciativa fue el encuentro de dos formas de expresión artística distintas. Los escritores se vieron en la obligación de pensar en el aspecto visual de sus letras y los artistas tuvieron que explorar lo literario de la plástica. Dos formas de creatividad distintas que convergen para crear una obra.
Creo que una coincidencia tan especial ameritaba una presentación más interesante. Con toda honestidad no entendí muy bien el performance que hizo el organizador del evento, Papo Colo. Apareció vestido como un verdugo vagabundo haciendo un conteo del 51 al 0, con la participación del público. Entiendo que lo que se quería destacar era el número 51, que para Colo representa la democracia (la mitad más uno) pero me parece que se podría haber hecho algo que guardara relación con el proyecto mismo. Por ejemplo, creo que hubiese sido interesante haber dejado uno de los paneles sin pintar y que lo colocaran en el centro, quizás en el piso. Poco a poco los artistas y escritores presentes podrían irse acercando para dejar algún dibujo, emblema, letras, lo que fuera, a modo de firma o quizás a modo de cadáver exquisito. Luego ese panel se podría haber colocado al final del "libro", como el colofón de los manuscritos iluminados. La lectura como tal me gustó mucho. Personalmente me conmovió escuchar a Elizam Escobar, artista y escritor, declamando un poema suyo. Me pareció perfecto para una actividad que pretendía unir el ámbito literario y el artístico en una sola obra.
En cuanto a los paneles, yo hubiese agradecido que de alguna manera se identificaran los nombres de los escritores y artistas que trabajaron en cada uno ya que no todos estaban firmados. Sé que en realidad no debe de ser relevane, pero a mí me interesaba ver cómo los escritores se acoplaban con los artistas y vice versa. Aparte del hecho que me quedé con la curiosidad de idenfiticar la obra de algunos artistas que admiro mucho. Me parece que los paneles de Magaly Quiñones-Rafael Trelles, Ché Meléndez-Elizam Escobar y Ana María Fuster-Ricardo Ávalo fueron los que más armonía pude sentir entre el aspecto visual y el texto. Noté que en un panel cada cual trabajó un lado del panel, aunque no recuerdo quiénes fueron. No sé a qué se debió esa decisión, pero lo cierto es que los paneles más interesantes eran los que se notaba un esfuerzo de colaboración. Algunos con toda honestidad me dejaron un poco perpleja, como el panel que tenía a Oscar (de Sesame Street) y Mama Inés suicidándose y el de René Pérez "Calle 13" que presentaba distintas deidades y un diálogo con Calle 13, al menos eso me pareció ver. (Dicho sea de paso, me hubiese parecido más propicio si la participación de René Pérez en la actividad hubiese sido como artista plástico, porque realmente es un artista y según tengo entendido muy bueno también. )
Independientemente de mi falta de comprensión de esos paneles, que admito puede deberse a mi propia ignorancia (o el cansancio que tenía cuando los vi) pienso que es un trabajo que vale la pena ser visto porque históricamente quién sabe cuándo vuelva a ocurrir un evento como este. El "libro" está en exhibición en la Galería Nacional (Convento de los Dominicos) en el Viejo San Juan y de veras que recomiendo que lo vean.
Espero que se sigan haciendo actividades que exploren los vínculos entre la literatura y las artes plásticas porque me resultan fascinantes. Quizás en un futuro se podría retar a los es
critores a crear una obra visual y a los artistas a escribir, a ver qué sale.

*En la foto, tomada del Nuevo Día del 29 de marzo del 2007, aparece la amiga escritora Ana María Fuster pintando su panel.

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platónico, la última ilusión o por qué no escribo poesía...


Llevo tiempo escuchando a mis amigos poetas insistir que debería de escribir poesía. No es que no lo haga, por alguna razón me nacen versos involuntariamente. Mi resistencia a la poesía se debe al hecho de que siento que me queda grande, que se me escapa, que no la entiendo del todo. Pero bueno, dejo de un lado mi forma de sentir sobre este asunto y comparto esto con ustedes a modo de experimento, a ver si nos entendemos...


platónico

[la última ilusión]


Nos miramos a través del humo
que exhalo de mis pulmones
y envío hasta ti para rozar
tus mejillas sin tocarte.
Me disfrazas en secreto
con las pieles de tu pasado,
mientras en mi boca se asoma
el sabor de otra lengua,
que se cuela por el hueco
de un recuerdo olvidado.
Un aire gris se expande
entre nuestros cuerpos
y yo me quedo aquí,
acariciando la idea de una caricia
convencida de que lo único
que existe ahora es la carne
y no podemos ya ver
ni la sombra del amor.
Me fumo el último príncipe
de los cuentos de hadas,
y la última ilusión se consume
al compás de las cenizas
que van cayendo de mis manos.

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la nieve sin sangre...


Esto es un comentario al cuento El rastro de tu sangre en la nieve de Gabriel García Márquez. Se suponía que lo leyera en el taller pero al final no lo hice porque había escrito como 5 páginas (sin recordar que era sólo un párrafo) y porque, a fin de cuentas, prefiero hablar sobre un cuento de forma espontánea. Pero lo volví a leer y me gustó. Como no he tenido tiempo para escribir un post, publico aquí una versión acortada.


Carolee Schneemann. Hand/Heart for Ana Mendieta, 1986

Todo iba bien. Dos jóvenes recién casados en la euforia de un amor que todavía les quedaba grande, dos latinoamericanos en luna de miel por Europa, rodeados de regalos, comodidad, lujo, el mundo entero abriéndose delante de ellos. Todo parecía perfecto. Nada podría detener el curso de estos jóvenes con tanta vida y tanto amor a sus pies. Nada, excepto la diminuta espina de una rosa. Una minúscula cortadura y todos los sueños, toda la pasión, todo el amor, toda la vida se cuelan con la sangre que se derrama por esa aparentemente inocua herida. Tras leer El rastro de tu sangre en la nieve de Gabriel García Márquez uno se queda con la sensación de que no hay nada realmente inocuo en la vida, que una pequeña cortadura puede ser mortal, que llegar demasiado tarde o demasiado temprano a un sitio podría cambiar el rumbo de nuestra desolación, que la vida entera puede abandonarnos sin que nos demos cuenta. No hay consuelos que nos salven de la fragilidad de la vida, del horror de la muerte. Nada es inocuo.
Nena Daconte y Billy Sánchez, jóvenes colombianos de familias prominentes, todavía estaban embriagados del amor pasional que nació apenas tres meses antes de la boda, compartiendo el embarazo secreto de dos meses y seguros de haber encontrado la felicidad. Hasta que una rosa hiere justamente el dedo donde Nena Daconte llevaba el aro de bodas. No accidentalmente, este pinchazo tiene su resonancia con cuentos de hadas, como la Bella Durmiente. Pero aquí no hay hechizos que se puedan revertir. El príncipe aparece demasiado tarde y la princesa nunca despierta. La herida podría servir como metáfora de la relación imperceptiblemente perforada entre estos dos adolescentes privilegiados. Pero, ¿por qué muere Nena Daconte? Parcialmente porque Billy se interesa más por el carro que por la "criatura" que sigue sangrando a su lado. En parte también porque Nena no quería concederle demasiada importancia a la herida. Pero quizás el frío de la nieve que los rodea se extiende a la indiferencia de los otros. A través de todo el cuento aparecen personajes que de alguna manera resisten a ayudar a los jóvenes: los guardianes de la frontera francesa, los médicos que le prohiben a Billy visitar a su esposa en la sala de emergencias, el funcionario de la embajada que despide al joven diciéndole que en Europa el sistema de salud es civilizado “al contrario de las Américas bárbaras” y le recomienda que pasara su tiempo en el Louvre. El extranjero deja de ser turista y se convierte en ser humano necesitado y esa París romántica que los caribeños sueñan pisar se transforma en un escarnio de su sufrimiento. La ciudad se llena de nieve y aquel rastro de sangre desaparece. París se lava las manos. Nadie tiene la culpa de la muerte de esa extranjera. La historia de amor comienza tan pronto como termina y un joven de 17 años se encuentra en su luna de miel con una esposa difunta, recién enterrada en su país de origen. A tantos mundos de distancia del cadáver de su pareja y con ella el hijo que nunca nació, lo único que le queda a Billy Sánchez es la nieve, esa nieve sin rastros de Nena Daconte.

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por segunda vez Carver...


Raymond Carver (1938-1988)


“I thought for a minute of the world outside my house, and then I didn’t have any more thoughts except the thought that I had to hurry up and sleep.” Al llegar a esta última oración de I could see the smallest things tiré el libro de un lado. Mal rayo parta, pensé y me quedé en blanco.
Poco antes de llegar a ese cuento, alguien me había dejado un comentario en el que daba por sentado que yo leía mucho a Carver. Tuve que confesar, como buena ignorante, que no tenía idea quién era ese autor. Me dio curiosidad. Busqué rápidamente algo del autor y me topé con la antología What We Talk About When We Talk About Love.
Ese libro me dejó en silencio. Después de esa lectura, cada vez que intentaba escribir sentía que se colaba Carver en mis relatos. Fue alarmante descubrir que sin conocerlo intentaba escribir como él, aunque no lo lograba exactamente. Me pregunté si era posible tener influencias de un autor que nunca había leído.
Me tardé mucho en volver a escribir y cuando lo hacía intentaba explorar otro tipo de prosa. Inevitablemente hay elementos de aquel estilo que permanecen, como la atención a los pequeños detalles, pero por lo general cuando voy siguiendo alguna línea que identifico con Carver me paralizo.
Ahora, por segunda vez Carver me condena al silencio. Llegué tarde a él y tarde me entero de la controversia que gira en torno sus cuentos, en particular los del comienzo de su carrera literaria. La escritora Yolanda Arroyo Pizarro hizo llegar a sus talleristas un artículo escrito por Alessandro Baricco titulado El hombre que reescribía a Carver. Allí salió a relucir que el 10 de agosto de 1998 se publicó en el New York Times The Carver Chronicles, por D.T. Max en el que saca a la luz algo que era un secreto a voces dentro de la comunidad literaria: los cuentos revolucionarios de Carver fueron intensamente modificados y editados por Gordon Lish. No parece algo tan grave. Todo manuscrito pasa por las manos de los editores y es justamente su función sugerir cambios para mejorar el libro. El problema es que D.T. Max sacó a la luz evidencia de que Gordon Lish prácticamente re-escribió esos cuentos.
La crítica literaria elogiaba el estilo “minimalista” de Carver. Ahora resulta que ese minimalismo en realidad no provenía de Carver, sino de Lish. Alessandro Baricco sigue los pasos de Max e investiga por su cuenta estos hallazgos. Leí ese artículo y me tuve que apartar de la computadora. Recordé aquel Carver que se asomaba en mis intentos fallidos de escribir hasta el punto de convertirse en una agonía. ¿Quién fue el autor que me traumatizó en ese momento? ¿Quién fue el autor que inconscientemente yo quería emular? ¿Carver o Lish?
Me obsesioné. Comencé a buscar más información sobre esta controversia por internet. Encontré el artículo de Max que originó todo, así como varios otros comentando el asunto. Las reacciones ante el protagonismo de Lish fluctúan entre dos extremos: los que elogian el ojo de Lish, capaz de pescar lo realmente genial de la prosa de Carver y los que lo ven como un escritor mediocre que abusó de sus poderes de editor. Max concluye su artículo con una cita de Carver mismo: “It’s immensely important that great poems be written, but it makes not a jot of difference who writes them.”
¿Qué importa si Lish es responsable por la genialidad de esos cuentos? Lo que importa es la calidad del cuento en sí mismo. Tiene razón. Sé que tiene razón. Pero, sin saber muy bien por qué, tuve que admitir que sí me importaba. ¿Por qué? Hace tiempo se proclamó la muerte del autor. Ya sé que no existe tal cosa como el escritor "genio". Lo sé. Pero me molestó la intrusión de Lish sobre los escritos de Carver, porque lo que yo escribo será mierda pero es mi mierda. Sé que todos tenemos nuestras influencias y que todo el mundo necesita ayuda de otros, pero seguir críticas o sugerencias es una cosa, otra muy distinta sería permitir que re-escriban el texto.
No sé si por desilusión, frustración o fascinación morbosa pero me he dedicado a buscar más detalles sobre esta controversia por internet. Encontré el artículo de Max que originó todo, así como varios otros comentando el asunto. Pero no era suficiente. Yo quería de alguna manera corroborar yo misma, ir a la fuente. Quería leer con mis propios ojos esos cortes de Lish, descubrir al otro Carver, el de verdad.
No tengo los recursos para viajar hasta la biblioteca Lilly donde están esos manuscritos editados directamente por Lish. No obstante, es posible hacer un experimento. Después del éxito de What We Talk About When We Talk About Love Carver se alejó de Lish y volvió a su estilo. En la siguiente antología Carver retomó uno de los cuentos de What We Talk About..., llamado The Bath bajo Lish, y lo publicó como realmente lo había escrito bajo el título A Small, Good Thing. De manera que teniendo estos dos cuentos a la mano, se puede ver el fantasma de Lish perfectamente y de esta manera verificar lo que comentan tanto Max como Baricco y todos los demás autores que han podido acceder al archivo de esa bilbioteca. Tomé los dos cuentos y los leí con detenimiento. Lo que más me sorprendió es cómo los cuentos son iguales pero completamente distintos. Me explico. Son los mismos personajes y la misma situación. La madre manda a pedir un bizcocho de cumpleaños para su hijo, Scotty. El día de su cumpleaños el niño va de camino a la escuela y lo choca un carro. Al principio no parece afectarle demasiado pero se siente mal. Regresa a la casa y se desmaya en la falda de la madre. Lo llevan al hospital donde esperan que los médicos les informen lo que sucede con el hijo. Sin embargo los cortes que hace Lish, las oraciones que añade, el énfasis que hace, lo convierte en otro cuento por completo.
Lo que parece trabajar Lish es el aislamiento. El editor prácticamente borró los nombres de los personajes. Los padres no se comunican. Los médicos se muestran indiferentes ante la situación del niño, ante el sufrimiento de la familia. El repostero insiste en llamar para atormentar a los clientes que no buscaron el bizcocho. El énfasis de Lish es en el deseo de aislarse, de borrar el sufrimiento. Los padres se turnan para regresar a la casa para bañarse. El baño para Lish es un intento de alejar la posible muerte del niño. Lo que se destila entre líneas es la indiferencia, la falta de comunicación, la imposibilidad de enfrentar la realidad, temas recurrentes dentro de esa antología manoseada por Lish. El final del cuento es ambiguo. Al regresar a la casa, la madre recibe una llamada. Lo único que sabemos es que es referente a Scotty pero ahí mismo termina el texto. Lish no nos satisface con una resolución. Todo se disuelve en el silencio, en la incomunicación. Es genial. El resultado es espelusnante, una mirada fría enfocada en el terror de la crueldad y el egoísmo que es capaz el ser humano que se hace indiferente ante el sufrimiento ajeno.
Pero eso no fue lo que escribió Carver. Empecé a leer A Small, Good Thing y las diferencias eran notables. Carver es mucho más descriptivo. Su prosa es más pausada, se detiene en todos los detalles, dibujando un cuadro completo. Iba leyendo y de repente me di cuenta que había llegado al final de Lish, pero todavía quedaban aproximadamente 15 páginas. Y allí sucedió algo maravilloso. Por primera vez pude experimentar la sensación de descubrir lo que antes no se me permitía ver. Cuando leí el cuento originalmente pensé que la genialidad residía precisamente en esa obstaculización. Ahora, de repente, me entero que es posible ver a través de esos silencios y descubrir lo que sucede después de que “acabó” ese cuento. Y suceden muchas cosas. El niño muere. El médico ofrece explicaciones, se excusa y se preocupa por los padres. Regresamos con ellos hasta la casa. De nuevo reciben otra llamada. Lo que sigue jamás me lo hubiese esperado de Carver, o del autor que yo creía que era él. La madre se da cuenta de quién ha estado llamando y deciden ir juntos a la repostería. Se bajan y empiezan a pelearle al hombre. Él les contesta molesto, reprochándolos por no respetar el tiempo y dinero invertido en aquel bizcocho. Finalmente la madre le grita que su hijo acababa de morir. A partir de aquí el repostero cambia. Los padres siguen insultándolo pero él comienza a tratarlos bien. Les pone unas sillas, los invita a sentarse. La madre confiesa que lo quería matar. El repostero no responde. Arregla la mesa, luego pide sus disculpas y empieza a explicarse. Les dice que no tiene hijos, que no tiene vida fuera de la repostería y no sabe cómo comportarse. Insiste en pedirles perdón. Les da café y comida. Les dice que comer “is a small, good thing you can do in a time like this.”
Entonces comen y él les habla. Ellos sienten simpatía por él. El cuento se acaba así, con los tres personajes conversando: “They talked on into the early morning, the high, pale cast of light in the windows, and they did not think of leaving.”
Resulta que lo que Carver quería realmente explorar era el lado humano del sufrimiento. Los momentos de silencio que existen en la historia no se deben ya al aislamiento que destacó Lish, sino porque el sufrimiento y el miedo son tantos que a veces las palabras no bastan. En la versión de Lish el esposo la ve mirando por la ventana. Se acerca, quiere decirle algo pero no puede. La versión de Lish dice así: “He took her hand and put it in his lap. This made him feel better. It made him feel he was saying something.” Lish parece decir que el esposo le agarra la mano y se siente satisfecho de estar “cumpliendo” con su función de esposo. La forma que lo presenta es casi egoísta. No hay ningún tipo de comunicación entre la pareja. La versión de Carver dice así: “He wanted to say something else and reassure her, but he was afraid too. He took her hand and put it in his lap, and this made him feel better, her hand being there.” Es una situación completamente distinta. Aquí ambos padres están igualmente abatidos por el miedo y aunque no dicen nada, porque no hay nada que decir, la presencia del otro es suficiente para no enloquecer.
El acto de bañarse en la versión de Carver deja de ser una forma de alejar el dolor, de aislarse de los demás. Bañarse, al igual que comer al final del cuento, es otra de esas pequeñas, buenas cosas que se pueden hacer en una situación como esa. El cuento de Carver en realidad trata sobre cómo los seres humanos tenemos que seguir viviendo en la cotidianidad a pesar del dolor, a pesar de la muerte. El fallecimiento del hijo no borra la humanidad de los padres. Cuando los padres comienzan a comer tímidamente, bajo la insistencia del repostero, la madre se percata que estaba hambrienta. A pesar del gran dolor que sentían, seguían siendo corpóreos. Carver, al parecer, quería trabajar precisamente con esas pequeñas necesidades que el ser humano enfrenta, como comer, como bañarse, como cuidar de sus cuerpos en medio del dolor y sufrimiento que puede ser la muerte de un niño.
Muchos momentos de la versión de Carver me resultaron cursi. Creo que el repostero explica demasiado y cae en discursos sentimentales. También siento que en algunos instantes las descripciones son excesivas. Sin embargo pude corroborar algo que comentó Baricco en su ensayo: la prosa de Carver dibuja un rostro humano que cautiva. Lish se interesó por mostrar la apatía, la indiferencia, lo vil y podrido que se esconde en la cotidianidad, lo cual es fascinante. Pero esta otra visión quizás es más completa. El lado vil y perverso del ser humano se ve, pero se humaniza. El repostero al principio nos parece egoísta, hasta infantil en su insistencia de llamar a la familia. Pero luego pide perdón y muestra su lado humano. Barrica lo describe perfectamente como la apología de los “malos”. Como si Carver, siendo alcohólico, sintiera la necesidad de mostrar el lado humano de eso enfermizo. En el mundo de Carver no es simplemente que el mal coexiste en la cotidianidad. Se trata de que no existen esas polaridades, sino seres humanos que no son ni “buenos” ni “malos”.
No hay polaridades. Entre los artículos que leí me encontré con personas que querían demonizar a Lish o a Carver, según la perspectiva. La verdad sería como lo escribe Carver mismo en sus cuentos, el “malo” también tiene su punto de vista. Carver era un escritor que quería ser publicado. Era un alcohólico, vulnerable, que se dejó guiar por el conocimiento de su amigo Lish, con quien tuvo una relación conflictiva. Una vez consiguió su fama siguió publicando con su estilo. Y Lish, que piensen lo que quieran pensar, pero era un genio. Los cuentos de What We Talk About...son geniales, fuertes, poderosos. Por más que me haya perturbado enterarme de los cambios que hizo y aunque me haya molestado saber que tomó decisiones por encima de la voluntad de Carver mismo, el resultado final son buenos cuentos. Ahora, ¿a quién se debe esos cuentos? Ciertamente el estilo “minimalista” pertenece realmente a Lish. Pero me parece que uno de los aspectos que hace que esos cuentos funcionen es precisamente la tendencia descriptiva de Carver. Lish cortó gran parte de estas descripciones, pero muchas sobreviven el bisturí del editor. El producto final es una prosa que por un lado no deja ver lo que ocurre y por otro lado distrae la atención del lector con detalles que parecen superficiales. Pienso que esos cuentos tienen dos autores, aunque uno se sobreponga al otro.
Es un caso difícil que presenta muchos problemas sobre el papel del editor, del escritor y del lector mismo. ¿Qué derecho tiene un editor de re-escribir otro texto, aunque tenga razón? ¿Qué peso le damos a la figura del autor? ¿Qué importa más: el mito de un autor, su obra real o su fama? ¿Cómo leemos a Carver tras descubrir la participación de Lish? ¿Qué hago con este autor que me ha silenciado dos veces?
Nada. Lo vuelvo a leer, lo re-descubro y, por mi parte, seguiré escribiendo de vez en cuando, con mis limitaciones. Supongo que no hay nada más que pueda hacer.

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corto 3



todos los caminos conducen a roma


Edward Hopper. Room in New York, 1932. Olio sobre lienzo.



Deja de hablar tanta mierda. Es lo único que Laura podía pensar mientras él seguía regodeándose en los detalles de su anécdota. Tiene que callarse en algún punto, se repetía como mantra.
–¿Lo puedes creer?- preguntó riéndose.
–No- le respondió con una sonrisa inexpresiva.
Él permaneció con los brazos cruzados, satisfecho con la historia que acababa de contar. Laura aprovechó el silencio. –Voy a salir- anunció.
-Ah, si puedes cómprame el periódico.- le dijo sin darse cuenta que ella ya había cerrado la puerta.
Laura observaba en el retrovisor cómo la casa iba alejándose en la distancia. Le divertía sentir el motor vibrando debajo de su cuerpo. Abrió la pierna izquierda, colocándola en contra de la puerta y se echó para atrás en el asiento. Conducía con una sola mano mientras la calle se prolongaba al frente suyo.
La luz del semáforo se puso roja. Laura desvió su mirada hacia la ventana. Se fijó en un hombre mayor dentro de un carro verde y mohoso que estaba a su lado. El hombre parecía hablar solo, rascándose ocasionalmente el cuello. Los ojos de Laura se detuvieron en una de las arrugas que se asomaban en el cachete de aquel señor. No podía precisar por qué la hipnotizaba de esa manera. La luz cambió y aquel carro siguió hacia adelante. Por alguna razón el pie de Laura resistía empujar el acelerador. Atrás sonaban las bocinas pero Laura tardaba en reaccionar. Empezó a mover el carro sin saber muy bien dónde ir. Dio algunas vueltas y terminó de nuevo en el garaje. Apagó el motor y exhaló al salir del carro. Al entrar a la casa se quedó unos segundos parada junto a la puerta.
-¿Ya regresaste? ¿Trajiste el periódico?- La voz venía desde el fondo del pasillo.
-No, cariño- le respondió mientras dejaba caer las llaves sobre la mesa del comedor.

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corto 2



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