mejor que la poesía cursi


en vez de celebrar las manifestaciones cursi del amor, gestos grandiosos en honor al romanticismo u otros momentos que para muchos son esenciales para el día de San Valentín, prefiero hacerle un homenaje morboso a los piropos mal nacidos, palabras patéticas, las hazañas fallidas de conquistar, pero, sobre todas las cosas, la originalidad en el intento. hazañas pequeñas que sean distintas y llamen la atención, aunque no siempre sean efectivas.
aquí pongo una lista de las que recuerdo, algunas que viví otras que me contaron.
y si alguien quiere compartir anécdotas que se unan a la celebración de la creatividad de piropos o en la no-seducción.

ah, y si alguien se siente aludid@, jaja, lo siento...

(y que sepan en verdad le tengo mucho más cariño y simpatía a este tipo de comentario/gesto que los Sad Sams, chocolates o flores.)


- “You got the Devil’s Eyes.” -Junkie Nuyorquino, probablemente en un viaje.

- “Qué hermosa eres.” -pausa reflexiva- “Nunca te saques las cejas.”

- “How are YOU doing?” -con la entonación de Joey e inexplicablemente dando una palmada en la espalda.

- “Voy a escribir un poema sobre tu nariz.”

- "Bueno, vamos a romper el hielo..." - intento fallido de iniciar una conversación con mujeres que diligentemente le dieron la espalda al pobre.

- “Me gusta tu rostro. Pero lo más que me gusta es esto.” - señalando un punto específico debajo de las ojeras...tenía que ponerla.

- “Labios sangrientos” - técnicamente es un apodo pero sigue siendo original.

- “Tienes un clone en la calle Fortaleza.” – todavía no sé qué pensar de ésta. fue una historia bien elaborada de cómo había una muchacha con el mismo nombre, edad y signo zodiacal que era idéntica en todo y vivía en el viejo San Juan. insistió a que lo volviera a ver para que me presentara a esta supuesta clone. parece demasiado exagerado para ser verdad pero siempre me quedaré con la duda si tengo una duplicada por ahí, a lo Saramago.

- “tu culo es inspiración divina.”

- un carro pasa. para. reversa. baja ventana: “Excuse me, you’re very beautiful.” sube ventana. sigue guiando.

- “Disculpa pero quería decirte que me gustan mucho tus dientes.” -y luego pasó a imponer un beso a la víctima del piropo quien se tuvo la suerte de virar la cabeza justo antes de recibir los labios.

- “gracias por tu belleza” - escrito debajo de un retrato que el individuo estuvo horas dibujando mientras estudiaba su sujeto en la distancia. es un poco inquietante pero gana puntos por representar fidedignamente el pelo alborotado.

- “you dropped this, beautiful.”- excusa para dárle el teléfono a su conquista.


-"Permiso, ¿puedo hacerte una pregunta?" (ella: Breve.) - "¿Ese lunar es de verdad?" (la versión completa de esta escena santurcina está en los comentarios...)

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de la gaveta de las decepciones: el discóbolo del morón...


Tan pronto vi la cucaracha caminando por el borde de la bañera supe que había tocado fondo. A veces sucede así, uno cruza el límite de la cordura sólo para darse cuenta demasiado tarde. Fue culpa de la soledad o del frío, que en aquella ciudad de inviernos infinitos eran la misma cosa. No lograba entenderlo pero ahí estaba yo, con los pantalones sobre las rodillas, frente un insecto vouyerista que parecía reírse de mí mientras intentaba recordar cómo había llegado a ese momento.
El culpable se llamaba Julio. Estaba de visita ese fin de semana en casa de unos amigos. Era guapo, fue lo primero que noté cuando me lo presentaron, quizás demasiado guapo. Se sentó a mi lado y se sirvió del ginebra y tónica que estábamos tomando. Comenzamos a hablar y se emocionó al descubrir que yo estudiaba historia del arte. Me interesé en conocerlo aunque de vez en cuando mis ojos se perdían por sus biceps.
Todo iba bien hasta que sucedió lo inevitable.

–Me gusta mucho el arte – me dijo por segunda vez. –El año pasado estuve en París y fuimos a ese museo...¿cómo se llama?..

La pausa se hizo demasiado larga. Traté de justificar, hay muchos museos en esa ciudad no tenía por qué imaginar que se refería a uno conocido, además, quizás el alcohol ya estaba tomando efecto sobre la memoria.

–¿Cómo se llama el sitio ese?

Me tragué el “sitio” y le respondí:

­–¿El Louvre?

– Sí...creo que sí. – De nuevo otra pausa, – Allí es donde está la pintura esa bien famosa, ¿no?

– Imagino que te refieres a la Mona Lisa.

Asintió con una sonrisa. Luego se quedó con una expresión rara, casi confundido.

– ¿Sabes? A mí me decepcionó mucho cuando la vi.

Si hubiese terminado allí quizás hubiera podido seguir calculando las posibilidades que sugerían los músculos de sus brazos. Comencé a darle la razón, muchos imaginan que es un lienzo enorme y se sienten defraudados al descubrir sus pequeñas dimensiones...

– Sí, pero no fue eso. Es que los colores me parecieron oscuros.

La bellaquera innata en todo ser humano a veces nos vuelve sumamente tolerantes, es algo que debería de investigarse más a fondo.

– Bueno, supongo que con el tiempo los colores se vuelven opacos. –le dije. Por razones que todavía no entiendo bien sentí la necesidad de explicar lo difícil que es restaurar las pinturas de Leonardo Da Vinci por la técnica que usó, que si el sfumato, que si las mezclas de pigmentos que hacía el artista, estuve rato dando informaciones que de mirar a Julio entendí que se estaban diluyendo en la ginebra.

–Ajá– soltó Julio, claramente desconectado de lo que había dicho. –Pero había una estatua que me gustó mucho. Tú debes conocerla. Es una de un tipo ahí, está en esta posición

Julio tuvo la cortesía de mostrarme la postura de la estatua. Se colocó en la esquina del sofá girando su torso y extendiendo sus brazos.

– ¿El Discóbolo de Mirón?

– Sí, esa misma. Sabía que la reconocerías.

– Pero yo no recuerdo una copia en el Louvre, ¿no fue en el Vaticano?

– No, no, fue en París, estoy seguro.

Me quedé callada. A este punto podría estar confundiendo ciudades, países, museos o quizás le soñó brazos y otro género a la Venus de Milo.

– Ésa me encantó. Me tomé una foto con el tipo ese – dijo cual niño tratando de inspirar celos en sus amiguitos. Volvió a colocarse en posición. Aquel cuerpo que me había provocado lujuria dejó de existir para mí, en ese momento sólo podía ver los espacios negativos.

Me levanté del sofá sin decir nada.

– ¿Qué te parece si vamos a alguna barra? – preguntó Julio en pleno proceso de descontorsionar su cuerpo.

– Tengo que ir al baño. – le dije

Y así terminé encerrada en esas cuatro paredes con una cucaracha que parecía burlarse de mí.

Me tomé una foto con el tipo ese. El tipo ese. Las palabras retumbaban en mi mente, la cucaracha hacía piruetas en la bañera, el peso del gin comenzaba a agrietar mi estómago. No pude más. Terminé vomitando cada onza de decepción consumida durante esa noche y tantas otras noches de frío y soledad.

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"I consider laughter preferable to tears"


en estos días he estado perdiendo demasiado tiempo en youtube. entre las cosas que encontré, apareció este clip de 1960 del show "I've Got a Secret" en el que el compositor John Cage era el invitado especial. al parecer Cage iba a participar del juego pero cambiaron el formato para permitirle tocar su música vanguardista. justo antes de comenzar su pieza Water Walk, el moderador le advierte a Cage que el público inevitablemente se va a reir. el músico le contesta: "I consider laughter preferable to tears".
me encanta esa respuesta. demuestra mucha humildad y un buen sentido del humor. conociendo las posturas de Cage probablemente consideraba la risa y demás reacciones del público como parte de la composición misma, como ocurre con su pieza 4'33 (1952).
este clip es una joya. ver a John Cage caminar por el escenario mientras toca su instrumento experimental ayuda a entender por qué fue una figura tan importante en la historia del performance artístico.

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George Carlin


no tengo mucho que decir, excepto que era uno de mis comediantes favoritos por su inteligencia crítica y por su fijación con el lenguaje y las (malas) palabras.

dejo este fragmento de su HBO special You Are All Diseased de 1999 (creo) porque a veces me dan ganas de rezarle a Joe Pesci en vez de al hombre invisible.

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teoría literaria [sacá de la manga]



Salvador Dalí. El gran masturbador (1929), óleo sobre lienzo.


1. literatura masturbatoria: textos creados como acto de autogratificación y, por tanto, únicamente son disfrutados por el mismo creador. cada palabra, cada punto, cada página, apuntan hacia la autocomplacencia del autor como pajeos derramados sobre el papel. existen ejemplos en todos los géneros literarios y el fenómeno no se limita al campo de la literatura.

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"lo nuestro duró
lo que duran dos peces de hielo
en un whiskey on the rocks.
en vez de fingir,
o estrellarme una copa de celos
le dio por reír..."


-Joaquín Sabina, 19 días y 500 noches



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chiki chiki


Mi madre llevaba tiempo traumatizada con el "cantante" que va a representar a España en Eurovisión. Hoy por fin lo vi en televisión y enseguida me di cuenta que era un actor de Buenafuente. Se trata de Rodolfo Chikilicuatre, personaje que es una parodia del reggaetón: un español con el peinado de Elvis y guitarra plástica que intenta "perrear". Mi madre sigue horrorizada pero a mí me parece genial como performance. Ya sabemos que estos concursos son falsos y en realidad no miden el talento. Me encanta que España haya mostrado su excelente sentido del humor para en cierta medida desenmascarar este tipo de evento. Yo nunca he seguido muy de cerca ese concurso pero estaré pendiente este fin de semana a ver qué pasa y para reírme con el perreo chiki chiki.

Ahí dejo una entrevista que encontré del mismo Buenafuente.




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qué largo me lo fiáis...


Al fin llegó el tan temido día. Ya sabías que iba a ocurrir en algún punto, después de convivir con tanta droga y alcohol era inevitable. Llegaste a aceptar tu destino cruel pero no esperabas que te tocaría enfrentarlo tan pronto.
Ella te mira paciente con los ojos llenos de expectativas inconclusas. Repites la misma mentira que siempre se enuncian ante circunstancias extremas como esta, que esto nunca te había pasado, que es que estás cansado por el trabajo. Ella sonríe y decide ayudarte. Sus labios arropan lo que queda de tu hombría pero nada parece resucitar tu piel.
Finalmente ambos aceptan la derrota. Le dices que se quede, que dentro de un rato quizás todo funcione bien, como si pudieras reiniciar el equipo con apretar un botón.
Ni te mira. Se viste rápido y se va frustrada, probablemente a buscar a otro que pueda complacerla.
Te quedas en tu cama acariciando la certidumbre de que ya tu juventud se te coló entre los dedos. Ahora tendrás que hacer filas en la farmacia junto a octogenarios para comprar tus pastillitas azules que te ayuden a por lo menos aparentar que funcionas como hombre.
Enciendes un cigarrillo resignado. De nuevo borras de tu mente todas las advertencias que te habían pronunciado y logras convencerte de que la próxima vez será distinto, que todo volverá a funcionar bien.
Te fumas todas esas mentiras y exhalas toda preocupación.
Aunque no lo quieres aceptar, ya te llegó la hora y qué bueno que no fue conmigo.

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lecterland: el fantasma


*por aquello de que es halloween y para continuar con mi desahogo/relajo de Lecterland ...


foto de la entrada de Lecterland


– Alguien acaba de pasar por ahí.

La expresión de Sebastián había cambiado dramáticamente después de su enunciado pero seguía hablando como si no le diera tanta importancia. Traté de descifrar hacia dónde había estado mirando.

– ¿Cómo que acabas de ver a alguien? – pregunté a punto de levantarme a verificar que no hubiese un intruso.

– Nada, vi un reflejo en el espejo del pasillo.

Miré hacia el espejo. Luego estudié el rostro de Sebastián, sus pequeños ojos ya se estaban poniendo rojizos.

–Estás borracho – exclamé segura de que no era otra cosa que delirium tremens.

– No. – respondió a la defensiva. –Bueno, no tanto.

– Ah, claro, entonces de seguro no estás imaginándote cosas. – dijo Clara burlándose de él.

–No, de veras. Era una mujer. Era mayor, tenía el pelo canoso. Caminó hacia el pasillo.

Las dos nos miramos y nos reímos un poco.

– No me importa lo que ustedes piensen. Desde la primera vez que entré aquí sentí que había alguien más. Siempre me mareo cuando vengo a visitarlas.

Tomé un sorbo más de la cerveza y me resigné a cambiar el tema.

Clara y yo nunca tomamos en serio lo que nuestro amigo dijo esa noche, pero la verdad es que desde que vivíamos en ese apartamento nos pasaban cosas raras. Me di cuenta el primer fin de semana que pasé allí. Antonio regresaba todos los viernes a su casa a visitar a los padres, así que Clara y yo nos quedábamos solas. Siempre se escuchaban ruidos en la habitación de Antonio, a veces eran unos pasos, otras como si un cuerpo se sentara sobre la cama ruidosa de ese cuarto.
Otro día Clara y yo estábamos hablando cuando sentimos un escándalo ensordecedor en la cocina. Parecía como si todos los platos de la cocina se hubiesen caído. Fuimos rápidamente a ver qué había pasado, esperando encontrar mil pedazos de cristales rotos. Al llegar allí todo estaba intacto. Traté de brindarle una explicación. Me dije que fue en la cocina de algún vecino pero por dentro sabía muy bien que el ruido había venido de nuestro apartamento.
Habían algunas ventanas en la vivienda que nadie podía abrir de lo viejas y oxidadas que estaban. Una tarde, al regresar al apartamento, Clara las descubrió abiertas. No había nadie en la casa y nosotros nunca aprendimos el truco para manejar las ventanas.
Luego nos dimos cuenta que la mesa de la sala se movía sola. Yo había asumido que Antonio la deslizaba para ver mejor el televisor. Una noche mientras cenábamos él me perguntó por qué yo movía la mesa. Le dije que no había sido yo. Le preguntamos a Clara. Tampoco. Antonio nos dijo que él todas las mañanas movía la mesa a su posición regular y al otro día se corría hacia la pared.
A veces Clara sentía alguien moviendo sus bolígrafos sobre el escritorio. Yo llegué a sentir a alguien acariciar mi edredón y sentarse encima de mi cama.
Todas estas cosas habían estado pasando. Nosotros optábamos por no hablar sobre estos sucesos extraños.
Yo pensabe en todas estas cosas un día que Lecter se apareció para cobrarnos la renta. Se tardó una eternidad en contar el último centavo.

– Correcto – pronunció finalmente como siempre hacía al terminar sus cálculos caóticos.

Ya pronto se iría y podríamos estar en paz. Lecter guardó el dinero mientras repasaba experiencias con pasados inquilinos. Habló sobre unos jóvenes estudiantes que habían vivido allí y cómo se organizaban para pagarle.

– Pero antes aquí vivía una señora con su hijo. Él la cuidaba, ella estaba muy vieja y enferma. Eran muy buenos. Cuando ella falleció él se mudó a otro lugar...

Lecter siguió hablando. Clara y yo nos miramos en silencio pensando en lo que había dicho Sebastián unos días atrás. Miré al pasillo y me imaginé a esa mujer recorriendo el apartamento, reclamando el espacio como suyo.
Volví a mirar el rostro de Lecter. Su boca se retorcía un poco mientras hablaba.

Mejor que nunca se entere que ella todavía vive aquí. Es capaz de cobrarle. – pensé en silencio.

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lecterland: el inicio





La puerta se cerró y en ese instante se agotó cualquier esperanza de normalidad. El piso nos empujaba hacia arriba. Los tres nos acorralamos a las paredes sin poder escapar el aire de condena que se respiraba en ese pequeño espacio.
Aquel hombre de edad media con pequeñas canas bordeando su calva nos miraba con una extraña sonrisa.
– ¿Qué estudiáis? – nos preguntó.
– Filosofía– contestó Antonio mientras cruzaba sus brazos sobre su camisa que leía: “coito ergo sum”.
– Ah – replicó aquel hombre, – Pues de seguro habéis leído Más Platón y menos Prozac.
Los tres nos miramos en silencio. Este era el momento en el que teníamos que haber sabido la verdadera naturaleza de ese hombre. Le dijimos en voz baja que nunca habíamos leído ese libro.
– ¿Cómo va a ser? Si sois filósofos. – replicó y procedió a hablar incansablemente de la maravilla de texto filosófico que nos recomendaba con orgullo.
El elevador se detuvo y salimos aturdidos. El hombre sacó de su pantalón un nudo de llaves y comenzó a probarlas una a una en la cerradura
– ¿No se te parece a alguien? – suspiró Clara en voz baja.
Me quedé un tiempo pensando pero no me venía nada a la mente.
–Es idéntico a Lecter. – me dijo con un destello de miedo en sus ojos.
– ¿Hannibal Lecter? ¿De veras? – pregunté incrédula. Lo volví a observar mientras torturaba al pobre Antonio con alguna anécdota interminable. Fue entonces que me di cuenta: el pelo, los ojos, la sonrisa extraña, era indudablemente una versión barata del personaje.
–¡Esta es! – exclamó en triunfo el hombre mientras abría la puerta.
Antonio, Clara y yo intercambiamos miradas. Entramos por primera vez dentro de aquel apartamento sin sospechar lo que acontecería allí en los subsiguientes dos años.


* escribo esta serie porque hay que reírse de lo morboso-surreal-chistoso del asunto y porque cuando hablo de Lecterland casi nadie me cree.
Para bien o para mal esto va dedicado a G. y C., supervivientes de Lecterland y todas las demás víctimas que han pasado por allí, especialmente S., casi compañera de piso y E., ocasional ocupa o, mejor dicho, asaltante de café.
** A petición/queja de cierta persona, jaja, cambié el nombre de Gerardo a Antonio...¿mejor?

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