La paciencia es una virtud que no me caracteriza. Creí que lo habías entendido pero ahora me hago testigo de tu incesante divagación por estos terrenos insulsos, que si el tiempo ha estado extraño, ayer llovió todo el día, tuviste que poner toallas en las ventanas, sí, yo también llevé mi paraguas. En parte me maravilla tu capacidad de examinar el tema sin cansarte. No acabas de entender que mientras tú estás todavía en esta barra ruidosa, tomando tu inocua cerveza, yo estoy desnuda en tu cama esperándote.
Lamentablemente todo tiene su fecha de expiración.
– ¿De veras te interesa tanto la lluvia? – te interrumpo sin mucho tacto que digamos, otra virtud que desconozco.
Me miras perplejo y te reacomodas en tu asiento.
– A estas alturas, después de tanto ¿nos reducimos a conversar sobre el clima? – insisto.
– Bueno, ¿de qué quieres hablar?
– No sé. Dime algo de ti, algo real.
– ¿Qué?
– Sorpréndeme. – te digo mirándote de reojo mientras cruzo mis piernas.
El silencio persiste. Saco un cigarro de la cajetilla y lo apunto hacia ti.
– Te doy la duración de este cigarrillo.
– ¿Cómo?
– Tienes hasta que se consuma para decirme algo que me haga querer quedarme.
– ¿Y luego?
– Después...me voy.
Enciendo el cigarrillo y te dedico una sonrisa pícara.
– Dále, convénceme.
Giras la botella que tienes al frente, como si el cristal te fuese a susurrar alguna idea. El cenicero se va poblando de gris mientras tú te distraes con las risas de la mesa del lado.
Finalmente te decides y empiezas a hablarme. Me haces anécdotas del trabajo, recuentas chistes entre amigos, mencionas las películas que me recomiendas, por lo menos evadiste describirme el frío que hizo el fin de semana pasado.
De repente te encuentras con mis ojos. Te detienes. Se te agotan las palabras y tu rostro comienza a delinearse, como saliendo de la neblina. Al fin te encuentro.
– Se acabó el tiempo – te digo mientras ahogo el fuego en el pequeño receptáculo.
Me levanto de la silla, cansada de prolongar la espera. Te quedas sentado, debatiendo en tu cabeza qué hacer.
– ¿Vienes o qué? – digo impaciente y te sonrío antes de voltearme.
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