he estado pensando mucho en este cuento y lo comparto para no olvidar...
Vista aérea de la zona del Caño de Martín Peña, septiembre 1966.
En el fondo del caño hay un negrito
por: José Luis González
A René Depestre
I
La primera vez que el negrito Melodía vio al otro negrito en el fondo del caño fue en la mañana del tercero o cuarto día después de la mudanza, cuando llegó gateando hasta la única puerta de la nueva vivienda y se asomó para mirar hacia la quieta superficie del agua allá abajo.
Entonces el padre, que acababa de despertar sobre el montón de sacos vacíos extendidos en el piso, junto a la mujer semidesnuda que aún dormía, le gritó:
-¡Mire... eche p'adentro! ¡Diantre'e muchacho desinquieto!
Y Melodía, que no había aprendido a entender las palabras pero sí a obedecer los gritos, gateó otra vez hacia adentro y se quedó silencioso en un rincón, chupándose un dedito porque tenía hambre.
El hombre se incorporó sobre los codos. Miró a la mujer que dormía a su lado y la sacudió flojamente por un brazo. La mujer despertó sobresaltada, mirando al hombre con ojos de susto. El hombre rió. Todas las mañanas era igual: la mujer salía del sueño con aquella expresión de susto que a él le provocaba un regocijo sin maldad. La primera vez que vio aquella expresión en el rostro de su mujer no fue en ocasión de un despertar, sino la noche que se acostaron juntos por primera vez. Quizá por eso a él le hacía gracia verla despabilarse así todas las mañanas.
El hombre se sentó sobre los sacos vacíos.
-Bueno -se dirigió entonces a la mujer-. Cuela el café.
Ella tardó un poco en contestar:
-Ya no queda.
-¿Ah?
-No queda. Se acabó ayer.
Él empezó a decir: “¿Y por qué no compraste más?”, pero se interrumpió cuando vio que en el rostro de su mujer comenzaba a dibujarse aquella otra expresión, aquella mueca que a él no le causaba regocijo y que ella sólo hacía cuando él le dirigía preguntas como la que acababa de truncar ahora. La primera vez que vio aquella expresión en el rostro de su mujer fue la noche que regresó a casa borracho y deseoso de ella pero la borrachera no lo dejó hacer nada. Tal vez por eso al hombre no le hacía gracia aquella mueca.
-¿Conque se acabó ayer?
-Ajá.
La mujer se puso de pie y empezó a meterse el vestido por la cabeza. El hombre, todavía sentado sobre los sacos vacíos, derrotó su mirada y la fijó durante un rato en los agujeros de su camiseta.
Melodía, cansado ya de la insipidez del dedo, se decidió a llorar. El hombre lo miró y le preguntó a la mujer:
-¿Tampoco hay na pal nene?
-Sí. Conseguí unas hojitas de guanábana y le gua hacer un guarapillo horita.
-¿Cuántos días va que no toma leche?
-¿Leche? -la mujer puso un poco de asombro inconsciente en la voz-. No me acuerdo.
El hombre se levantó y se puso los pantalones. Después se allegó a la puerta y miró hacia afuera. Le dijo a la mujer:
-La marea ta alta. Hoy hay que dir en bote.
Luego miró hacia arriba, hacia el puente y la carretera. Automóviles, guaguas y camiones pasaban en un desfile interminable. El hombre observó cómo desde casi todos los vehículos alguien miraba con extrañeza hacia la casucha enclavada en medio de aquel brazo de mar: el “caño” sobre cuyas márgenes pantanosas había ido creciendo hacía años el arrabal. Ese alguien por lo general empezaba a mirar la casucha cuando el automóvil, la guagua o el camión llegaba a la mitad del puente, y después seguía mirando, volviendo gradualmente la cabeza hasta que el automóvil, la guagua o el camión tomaba la curva allá adelante y se perdía de vista. El hombre se llevó una mano desafiante a la entrepierna y masculló:
-¡Pendejos!
Poco después se metió en el bote y remó hasta la orilla. De la popa del bote a la puerta de la casa había una soga larga que permitía a quien quedara en la casa atraer nuevamente el bote hasta la puerta. De la casa a la orilla había también un puentecito de tablas, que se cubría con la marea alta.
Ya en tierra, el hombre caminó hacia la carretera. Se sintió mejor cuando el ruido de los automóviles ahogó el llanto del negrito en la casucha.
II
La segunda vez que el negrito Melodía vio al otro negrito en el fondo del caño fue poco después del mediodía, cuando volvió a gatear hasta la puerta y se asomó y miró hacia abajo.
Esta vez el negrito en el fondo del caño le regaló una sonrisa a Melodía. Melodía había sonreído primero y tomó la sonrisa del otro negrito como una respuesta a la suya. Entonces hizo así con su manita, y desde el fondo del caño el otro negrito también hizo así con su manita. Melodía no pudo reprimir la risa, y le pareció que también desde allá abajo llegaba el sonido de otra risa. La madre lo llamó entonces porque el segundo guarapillo de hojas de guanábana ya estaba listo.
Dos mujeres, de las afortunadas que vivían en tierra firme, sobre el fango endurecido de las márgenes del caño, comentaban:
-Hay que velo. Si me lo bieran contao, biera dicho que era embuste.
-La necesidá, doña. A mí misma, quién me lo biera dicho, que yo diba llegar aquí. Yo que tenía hasta mi tierrita.
-Pues nosotros juimos de los primeros. Casi no bía gente y uno cogía la parte más sequecita, ¿ve? Pero los que llegan ahora, fíjese, tienen que tirarse al agua, como quien dice. Pero, bueno y esa gente, ¿de ónde diantre haberán salío?
-A mí me dijieron que por ai por Isla Verde tan orbanisando y han sacao un montón de negros arrimaos. A lo mejor son desos.
-¡Bendito!... ¿Y usté se ha fijao en el negrito qué mono? La mujer vino ayer a ver si yo tenía unas hojitas de algo pa hacele un guarapillo, y yo le di unas poquitas de guanábana que me quedaban.
-¡Ay, Virgen, bendito...!
Al atardecer, el hombre estaba cansado. Le dolía la espalda, pero venía palpando las monedas en el fondo del bolsillo, haciéndolas sonar, adivinando con el tacto cuál era un vellón, cuál de diez, cuál una peseta. Bueno, hoy había habido suerte. El blanco que pasó por el muelle a recoger su mercancía de Nueva York. Y el compañero de trabajo que le prestó su carretón toda la tarde porque tuvo que salir corriendo a buscar a la comadrona para su mujer, que estaba echando un pobre más al mundo. Sí, señor. Se va tirando. Mañana será otro día.
Entró en un colmado y compró café y arroz y habichuelas y unas latitas de leche evaporada. Pensó en Melodía y apresuró el paso. Se había venido a pie desde San Juan para ahorrarse los cinco centavos del pasaje.
III
La tercera vez que el negrito Melodía vio al otro negrito en el fondo del caño fue al atardecer, poco antes de que el padre regresara. Esta vez Melodía venía sonriendo antes de asomarse, y le asombró que el otro también se estuviera sonriendo allá abajo. Volvió a hacer así con la manita y el otro volvió a contestar. Entonces Melodía sintió un súbito entusiasmo y un amor indecible por el otro negrito. Y se fue a buscarlo.
Labels: literatura
Ah!!!! Te iba a hablar de este cuento! :):) A mi me lo leyeron mis padres cuando yo nena. Lo adoro. Es triste pero conmueve tanto. Te digo lo tengo atado a mi infancia.
Luego te toca a ti hacer uno, un cuento, de las experiencias en el caño. Un abrazo!
Dulce escritora, por alguna extraña razón, leía este cuento mientras miraba el "shopper" de especiales del supermercado. Ya la compra no será igual.
Ciertos eventos del cuento se repiten hoy transformados en otros. Es triste, pero a la vez necesaria la comprensión de su impacto.
Gracias por compartirlo!
Madam: Es maravilloso el cuento. Iba a escribir algo pero ahora mismo no puedo. Lo haré...Pero encontré este cuento y la verdad es que yo jamás podría ni intentar hacer uno así de hermoso.
Gracias amiga!
Ana: Qué fuerte lo del shopper. Te entiendo perfectamente. La realidad del caño es distinta, naturalmente, pero hay cosas que siguen siendo más o menos iguales. A mí lo que me maravilla es lo bien que José Luis González trabaja esa realidad, todo enmarcado en ese acto de auto-reconocimiento del negrito Melodía.Es Bello.
Un abrazote,
Y en una nota adicional yo no suelo borrar comentarios pero no entendí la naturaleza de uno que recibí que no tenía en lo absoluto nada que ver con este post o con esta página. Aclaro, por si las moscas, que yo escribo porque me gusta mucho e intento mejorar, pero yo no
me dedico a esto. Lo mío es la historia del arte. Voy a algunas presentaciones a compartir con amigos pero no sé nada del ambiente literario. Borré el comentario porque el contenido me pareció extraño y, aunque no lo conozco, dudo que el autor aludido sepa o apruebe lo que ahí decía. Me pareció injusto así que lo suprimí.
Aparte de mis no-aptitudes, creo que siempre he tratado a todo el mundo con respeto y pretendo que así sea, aunque la persona aludida sea un desconocido.
Atentamente,
maría
Bravo,
Que leerlo ha logrado exprimir una lagrima a este seco árbol.
Un abrazo, quien quiera que seas.
Berardo Arceo
Este cuento siempre me ha conmovido. Creo que José Luis González cala con una fibra humana sin cursilerías ni sentimentalismos. Es genial. Capta perfectamente una triste realidad. Ese negrito en el fondo del caño me trastoca.
Gracias a ti, quien sea que seas, por visitar y por haber leído este cuento.
Este cuento que ya tiene sobre 59 años está vigente en estos momentos, el Consorcio de las Comunidades del Caño hoy lucha por sobrevivir, melodía no pudo pues por su inocencia de bebé imagino que saben su final. El negrito en el fondo del caño solo era una imagen o el reflejo de melodía, esta fue a buscarlo para jugar y no regresó. Esto puede ser lo mismo de estas comunidades, un viaje sin regreso por los caprichos de políticos y negociantes.
Gracias por el post.
Mi papa siempre me habla de este cuento pero nunca lo habia leido.
Ya al final cuando vuelve el papa
cansado y con comidita para su familia se me ha salido una lagrima.
Que mucho recorde a mi viejito.