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-“Acabo de ver a tu vecina, la del 3-C”, dijo Doña Clotilde con un tono irónico.
Carmela estaba todavía en la cocina preparando el café. “Ay...ésa” vociferó irritada.
-“¿Es verdad eso que dicen por allí, que esa jovencita tiene un...un...?”
-¿Esclavo?”, preguntó con la risa en sus labios mientras le extendía una taza.
-“Bueno, eso me dijo Don Ramón cuando lo saludé abajo.”
-“Pues, no lo sé. Tiene un hombre encerrado allí todo el tiempo. Pero mira, yo no sé lo que hace esa muchacha ni quiero saberlo. Allá ella y sus depravaciones.”
Tomaron plácidamente unos sorbos del líquido amargo mientras seguían condenando a aquella mujer inmoral.
Alicia las escuchaba desde el pasillo. Ya estaba acostumbrada a ser el centro de los chismes de sus vecinas. Estaba demasiado cansada como para que le importara.
-“Buenas tardes”, le dijo con una enorme sonrisa.
-Sí...buenas...” dijo frágilmente la señora y aceleró su paso para alejarse lo más rápido posible.
Vieja chismosa, pensó para sí mientras buscaba las llaves.
Una vez adentro se quitó los zapatos y se tumbó en el sofá.
-“¡Llegaste temprano!” exclamó una voz masculina desde el pasillo.
-“Sí, me escapé del trabajo. No podía más”
Se acarició suavemente el cuello.
-“¡Ven acá!”
-“Estoy terminando de limpiar el baño. Voy ahora.”
-“Ven, por favor...", le pidió en un tono juguetón.
Se escuchó la cadena y al rato se apareció él. Estaba sin camisa con un delantal. “¿Necesitas algo?”, le preguntó.
-“Quiero un masaje.”
Él se tiró de un lado los guantes y se quitó el delantal.
-“Quítate la blusa y ponte de espaldas.”
Ella lo hizo y se quedó esperándolo mientras se lavaba las manos.
Él se acomodó sobre ella. Tomó una crema y la derramó sobre su piel. Al sentirla, Alicia brincó un poco. “¡Está fría!”, exclamó.
-“Ahora te caliento, no te preocupes.”
Comenzó a mover las manos suavemente, desde abajo hacia arriba en movimientos circulares.
-“Esto es justo lo que necesitaba después de llegar del trabajo”, suspiró casi sin poder pronunciar las palabras.
Siguió deslizando sus manos por las espaldas de su ama, cada vez con más fuerza, eliminando poco a poco la tensión que cargaban esos hombros.
Después de un tiempo, sintió cómo Alicia le agarró de un brazo y se volteó violentamente hacia él.
-“¿Qué tal si me das otro tipo de masaje?” preguntó con su voz pícara.
Él le devolvió una sonrisa traviesa. Comenzó a quitarle los pantalones: “Lo que quiera mi ama.”
Carmela regresó cansada con toda la compra. Miró por unos segundos las escaleras y suspiró. Ni modo, se dijo, subiendo uno a uno los peldaños. Al rato sintió unos pasos que descendían hacia donde ella estaba. Miró y reconoció el rostro de aquel muchacho enigmático que siempre estaba con esa vecina indecente. Al pasar al lado suyo, ella lo detuvo.
-“Joven, ¿no me ayudarías a subir la compra?”.
-“Me encantaría ayudarla pero mi ama necesita que le compre algunas cosas y necesito llegar antes de que cierren las tiendas. Imagino que entenderá”.
-“Sí, sí, está bien...Gracias, joven”.
El muchacho siguió caminando hasta llegar a la puerta principal.
Carmela se sentó en las escaleras en lo que recuperaba su aliento. Miró las bolsas de compra. Colocó sus manos sobre la espalda y pensó en Alicia. Fue entonces cuando pronunció las palabras que jamás se perdonó haber dicho: “¡Dichosa ella!”
*fotografía tomada de deviantART, por xantangummy
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